VALERIA
Y EL TREN
VALERIA Y EL
TREN (I). LOS RESTOS DE VALERIA
La mirada
perdida en sus pensamientos, en esos en
los que últimamente se refugiaba huyendo de la realidad; soñando,
pensando, añorando tantos pasos perdidos a pesar de su juventud y su corta
edad.
A penas había
puesto un pie en el mundo y ya se encontraba a la fuga mirando por esa
ventanilla del Stansted Express, donde se mezclaban las gotas de la lluvia
aceleradas con el movimiento del tren y sus propias lágrimas. La humedad de los
cielos grises provenía tanto del frio exterior como de los hielos que colmaban
su alma en aquellos días.
Valeria se había
acostumbrado a llorar, ya no se quejaba cuando lo hacía, sus lágrimas
prácticamente caían por la fuerza de la gravedad desde sus ojos recorriendo sus
blancas mejillas, hasta caer sobre su pecho ahogando, si podía ser más; su
débil corazón.
Este era su
tercer viaje contando el de ida. Viajes de cortesía como ella llamaba, viajes
para no profundizar en el vacío de la distancia de todo su mundo; viajes más
frecuentes de lo propio gracias a las rebajas y saldos de esa compañía aérea
llama Ryanair que a penas por sesenta Euros o menos, la trasladaban a precio de
ganga desde su nacimiento a la muerte de su destierro en la ciudad de sus
sueños. Viajes financiados por su papa o por su mamá presos de la crisis de
conciencia causada por la traición a su hija, de lo que Valeria se aprovechaba
sin miramiento alguno, sin lamentos pues su vida había cambiado de rumbo por la
exclusiva culpa de esos seres que había amado más de lo necesario, o al menos
como ahora pensaba entre lágrimas que no cesaban de caer; de forma inmerecida.
El tren avanzaba
entre pueblos y ciudades muertas de ese país que en algunos de sus rostros
parecía más un imperio en ruinas que ese otro cuya imagen se empeñaban en dar
de modernidad y futuro. Edificaciones víctimas de la decadencia de una
revolución industrial que quedó atrapada en otro siglo. Un viaje en tren cuya
duración era incluso superior a la del vuelo entre Valencia y ese nuevo hogar
buscado por Valeria, en su huida; en su repentina salida de ese mundo del que
se sentía tan cómoda y orgullosa, en aquellas reflexiones el día de su puesta
de largo en la Universidad.
Con apenas
veintiún años cumplidos el mundo se le había demolido. Sabía de otras amigas
que en lugar de buscar el confort de estudiar cerca de casa se habían marchado
a otras ciudades e incluso al extranjero. Para Valeria ese no era el mundo en
el que quería vivir, no era eso con lo que había soñado. Persona muy apegada a
su familia y a sus cosas se le hundió todo aquello que quería cuando cayó en lo
que creía, y todo se vino abajo, como lo hacen de golpe las fichas del domino.
El golpe y luego una tras la otra hasta que todo ese fichero yace tumbado sobre
el suelo. Así se encontraba Valeria, entre su nariz y el frio del mármol por
donde pasaba, del calor de su vida rosa al del frío de la soledad. Truncada su
brillante vida universitaria que apenas había saboreado durante un curso, si
pudo demostrar que cuando quería podía y su expediente en tan solo unos meses
ya era valorado por profesores y compañeros. Nadie lo entendió, salvo sus
padres y sus amigos más próximos, Valeria no era persona de traiciones. Valeria
no era mujer de infidelidades. Valeria se había hecho de la lealtad y se había
conjugado a base de amor. Cuando todo tu mundo se hunde, tan solo cabe huir sin
mirar hacia atrás, sin pestañear e intentar vivir en otros mundos o tal vez
dejarte morir en ese mundo que ya no existe, del que fue despojada por tal vez
el egoísmo, la inseguridad o la falta de amor de aquellos que mas quería en el
mundo y aunque no era odio lo que sentía, si era el resentimiento el que la
dominaba en esos momentos los cimientos de su vida. Valeria siempre se había
presentado como una mujer de básicos. Una mujer de camiseta de algodón y
vaqueros lavados. No precisaba mas para vestir al igual que su alma no
necesitaba adornos verbales para saber lo que la emocionaba y que era lo que
sus instintos buscaban para sobrevivir.
El tren se
acercaba cada vez más a su destino de la Tottenham Hale Station, allí tomaría
el metro hasta su casa, o mejor dicho su habitación con vistas compartida con
cinco personas más en las proximidades de Hyde
Park. En ese barrio tan conocido y que parecía pertenecer a otra ciudad
llamado Notting Hill. La casa se la había buscado su padre a través de Aitana,
una amiga suya del Twitter, esa red social que tanto le gustaba y que vivía en
esa ciudad. Aitana ante la llamada de éste con desesperación, le encontró una
casa de color blanco rosáceo en el corazón de ese barrio próximo a Portobello
Road donde los domingos ponen ese mercadito tan romántico por la película de su
mismo nombre. Tenía que bajar del tren en Totteham y coger el metro hasta
Nottin Hill, Gate Station.
Valeria seguía
con su mejilla pegada a la ventanilla del tren, mezclando sus lágrimas con la
lluvia, abandonada por su mundo y acogida por otra donde la madurez tuvo que ir
aprendiéndola a golpe de cuchillo en el restaurante donde trabaja, El
Santander; otro enchufe de su padre de sus clientes de hostelería que la habían
recomendado para el trabajo de pelar verduras, limpiar pescado y preparar
carnes de todo tipo a pesar de su veganismo cada vez mas radical. Se negaba a
comer nada que tuviera padres, obsesión que se incrementó por los sucesos que
hacía pocos meses habían cambiado su vida y la habían trasladado del rosa de su
habitación a las florecillas llenas de polvo y de la moqueta que cubría las
paredes de su nueva habitación. Una habitación con vistas, pero no al mar, sino
a Hyde Park.
Repasaba cada
detalle para impedir que las lágrimas se convirtieran en lloros y quedar en
evidencia ante todo el tren, pero por más que lo intentaba, Valeria no podía
soportar su propia existencia, no había terminado nada desde su puesta de mayor
y ya estaba pelando patatas como único destino que en ese presente le esperaba.
Valeria no solo
sentía lástima por el cambio de rumbo de su vida, le lloraba la vida con las lágrimas del alma,
le crujía hasta lo mas profundo de su corazón. En cada una de las habitaciones
de su pecho, había pasado un huracán cuando tan solo estaban construidas para
las brisas del mar. Valeria se sentía morir a sus escasos 21 años de edad, en
ese tren que le trasladaba del Aeropuerto hasta una casa de un lugar donde
nunca había pensado vivir, donde no se encontraban esos seres que la habían
sustentado la vida emocional y materialmente. Valeria estaba sola. Valeria
había perdido la vida en aquel rincón de aquel día en el que por una casualidad
supo que sus padres se iban a separar.
Valeria dejo de
lagrimar y se puso a llorar, cubriendo toda su cara de negro. Chorros oscuros
que bajaban desde sus ojos hasta su boca sin ganas de limpiarse; sin ganas de
vivir cuando el tren paro y las puertas se abrieron en la estación Londinense
de Tottenham Hale.
VALERIA Y EL
TREN -CAP. II- EL SILENCIO DE VALERIA
En silencio
Valeria llegaba una vez más a esa estación londinense de Tottenham bajando del
tren como lo hacía últimamente, sin mirar al frente, siguiendo tan solo sus
pasos, uno tras de otro; sin apenas puntos donde detenerse. Valeria no camina
por el mundo tan solo andaba de un sitio a otro huyendo de la vida, de esa que
no quería para ella y que se le arrebato una noche de otoño, de una estación
que no consiguió ver acabar.
Bajó del tren y cogida
de su mano sin separarse de si misma caminó saliendo de la zona de los andenes
donde tiene su llegada el Stansted Express. Sin correr pero a paso rápido se
dirigió al metro, descendiendo a las entrañas de la ciudad por túneles y
pasillos, de lo que a ella le gustaría fuese un camino sin final. A muchos
metros de profundidad se sentía cómoda, aislada, ajena a la realidad e inmersa
en la suya, en esa donde nunca sale el Sol y donde la rabia la domina y devora
tanto amor como cultivo en otros años su corazón. Valeria estaba consumida, apenas
pesaba cuarenta y pocos kilos, su piel se había apoderado de su rostro en su
época redondito y suave como lo era el de su mamá. Tan parecida a ella, tan
amigas antaño; tan alejadas y extrañas en el presente. Lejos del amor Valeria
no sabía ni caminar.
Bajó en la
estación de Notting Hill y camino durante al menos unos quince minutos, lo hizo
lento, sin precipitarse. A Valeria no le apetecía llegar a esa casa que
compartía con cinco chicas mas, todas de su edad aproximadamente. Tan solo
mantenía relación algo mas que del saludo con su compañera de cuarto en el piso
de arriba de la casa. Se trataba de April una chica danesa con la que charlaba
en alguna ocasión, meramente cruces de palabras de la vida doméstica, porque
Valeria no hablaba con nadie. Casi todos ya sabían algo de su situación y
aunque sin ser conscientes de lo que a ella le trascendía, todos respetaban su
silencio, no sentían pena por ella porque la admiraban. Dentro de su tristeza y
su actual delgadez exagerada, Valeria conservaba una belleza distinguida, fina
y elegante en las formas y una grandísima austeridad en su forma de vestir, en
sus necesidades y deseos. Como ella decía cuando se le increpaba, cuando acabas
con los deseos consigues la libertad. Esa forma de pensar la llevaba a los
extremos más lejanos. A todos le llamaba la atención el contenido de su
armario. Este se limitaba a siete camisetas blancas de manga corta de algodón blanco,
cuatro jeans del mismo modelo, tres jerséis de lana gordos, un anorac de plumas
y un abrigo con capucha. Su calzado se componía de tres pares de zapatillas
Adidas blancas. Todo ello se complementaba con el uniforme de trabajo que usaba
exclusivamente en el restaurante, calcetines y ropa interior de lo mas básico;
siete sujetadores y siete braguitas blancas de algodón. Todo ese era su mundo
de propiedades al que solo se lo podía añadir un ordenador portátil que
últimamente no usaba y un teléfono móvil que empleaba de despertador y de reloj
porque carecía de otro instrumento para saber la hora. Ese era el mundo de
Valeria y su silencio, su mundo sin palabras, su vida con lágrimas en los ojos,
sin ideas, sin pensamiento, sin opinión. Valeria no hablaba, tampoco callaba
porque todo lo que tenía que decir, lo transmitía con su potente mirada.
No pensaba estar
mucho tiempo en esa bonita casa de la que Valeria no daba importancia. Entraba
a trabajar en un par de horas en “El Santander”, restaurante en el mismo centro
de Londres en el llamado barrio del Soho junto al barrio Chino. Distrito repleto
de restaurantes, de locales de copas, de pubs; el lugar mas propicio para
pasarlo bien en esa ciudad que a veces era tan solo una diversión a la hora del
pub, sobre las siete de la tarde cuando las oficinas del centro cierran y todos
salen como ratas a tomarse sus pintas y a vomitar sus miserias en los
concurridos pubs de esa decadente pero atractiva ciudad.
“El Santander”
era un restaurante muy cotizado pues pertenecía a un conocido chef con estrella
Michelin. Su fama se encontraba en ofrecer una cocina típica española con notas
muy creativas y originales de Nacho el conocido chef. Todo lo que pasaba por
sus manos lo convertía en oro porque en definitiva como ocurre con todas las
cosas en este mundo, una vez que ganas la gloria social, ya todo llega de la
mano, sin pensar; de éxito en éxito o en su adverso de fracaso en fracaso. Para
Nacho todo eran éxitos y reconocimientos desde que obtuvo esa preciada
distinción del fabricante francés de ruedas.
Valeria
trabajaba en la cocina preparando alimentos antes de su elaboración, es decir:
cortando y picando, aunque en el proyecto de Tania la metre y encargada de la
sala, tenía puestas sus esperanzas en que atendiera a clientes. Le tenía mucho
aprecio, quería a Valeria y tal vez la protegía, pues no en vano fue la persona
que le dio el trabajo después de aquellos días que apenas podía recordar y
menos aún al día de hoy contar. Tania era una amiga de su padre que la había
conocido en el restaurante próximo a su oficina donde comía a diario y que como
consecuencia de la apertura de ese restaurante fue a trabajar a Londres. El
padre de Valeria le suplico ayuda para su hija en aquellos días en los que
Valeria no existía, en esos en los que Valeria dejo de vivir y se prometió en
matrimonio con la muerte.
Tania tampoco hablaba
a Valeria, nada más que para darle órdenes e instrucciones de trabajo. Así lo
hacían todos, no solo por respeto a sus deseos de limitar las comunicaciones,
sino porque le tenían cierto temor a las reacciones de Valeria al tener
constancia de alguna reacción desagradable de la misma.
Valeria odiaba
todas esas vanidades que rodeaban al restaurante. Se reía cínicamente cuando
veía como se cocinaban algunos productos con margarina y lo presentaban como
típico español. Vio como unos calamares a los que llamaban crujientes con una
emulsión extraña, los pasaban a la freiduría con margarina y que ese sabor raro
lo identificaran con alguna creación maestra de Nacho el chef. Pero ni opinaba
ni levantaba la mirada, tan solo le daba asco todo lo que rodeaba a la
fabricación de comida cuando de lo único que se trataba era de alimentos. En su
día lo hubiera criticado e incluso lo habría escrito en su blog, ese que se
había hecho con cierta fama llamado “Valerinas”, es decir, las manías y cosas
de Valeria. Blog que tenía olvidado, apartado de su vida en silencio, donde no
cabía ni la palabra escrita en ese momento.
Saludo a April
que se encontraba estudiando en su cuarto, entro al suyo el tiempo justo para
dejar su mochila, sacar la ropa sucia, quitarse la ropa, coger una toalla y
pasar al cuarto de baño común para las dos habitaciones del piso superior, es
decir, para ella y April y a veces, para alguna de las otras compañeras cuando
el baño de abajo se encontraba ocupado y entraba una urgencia. Se dio la ducha
y de nuevo; pero limpio se vistió como llegó, camiseta blanca, jeans lavados,
zapatillas Adidas blancas y el anorack porque siempre era posible que callera
alguna gota de lluvia en esa ciudad habitualmente mojada por las nubes y por
las lágrimas de tanto ser perdido entre sus calles, huidos de las injusticias o
tal vez buscadores de felicidades soñadas.
Y otra vez en el
tren, aunque fuese el metro hasta el Soho, era un tren que circulaba por las
tripas de la ciudad. La vida de Valeria se movía entre túneles y caminos de
hierro. Momentos sublimes donde aprovechaba su soledad ante la jauría humana,
para pensar, recordar y muchas veces para llorar. Aquel día recién llegada de
su amada ciudad de nacimiento, fue para llorar. No había visto a su madre en
ese viaje, no estaba aún preparada, no conseguía quitarse de su cabeza los
sucesos de aquel día de septiembre. Apenas vio a su padre, escasos vente
minutos para oir sus súplicas sin que él se llevara contestación por su parte.
Valeria no hablaba y a eso ya se iban acostumbrando. Ese viaje fue para
tramitar documentación que le era necesaria y poco más. Fueron unas escasas
setenta horas las que estuvo allí y a fin de no rozarse con nadie, las paso en
casa de su abuela materna que le permitía estar sin existir, sin dar señales de
más vida que la de respirar. Su abuela no era culpable de nada, es más; sufría
las consecuencias como ella y a diferencia de muchos otros entendía su penuria,
su dolor. Su abuela lloraba y eso le acompañaba a ella. Prefería las lágrimas a
las risas. Era muy triste pero así Valeria podía pasar la página de los días,
pero no el libro, ese con el que le había tocado vivir para el resto de sus
días.
Esa gente que
por las mañanas dormitaba en el metro, a la hora de la tarde ya despiertas,
estaban atentas a todo y sus miradas se fijaron en Valeria, en esos lagrimones
que partían de sus ojos con destino desconocido, perdidos en nostalgias, culpas
y reproches. No era odio, era terror, fraude, decepción; abandono. Valeria se
sentía tirada, como ese perro en la gasolinera. No sentía amor por ninguna
parte. Esa persona que se sentía afortunada por el amor en aquellas reflexiones
en su primer día de universidad, ahora se sentía despreciada, apartada del
mundo y ajena a sus movimientos.
Se puso a llorar
y todos la miraban, pero Valeria que se había marginado de la mismísima
realidad no percibía tal atención; no era consciente de que la pena había
invadido a aquel vagón de metro, de sus gentes; de aquellos que ahora no
pensaban en sus miserias sino en la lástima de Valeria. A la mayoría seguro que le daba pena aquella
chica de grandes ojos y sus lágrimas, otros por el contrario se consolarían
pensado que ellos no eran solamente los desgraciados, que incluso las guapas
lloraban, aunque es cierto que aquel no era el mejor momento de Valeria, sino
que era su tránsito del todo a la nada, de la felicidad a las ganas de no
estar, de ser invisible incluso para si misma.
Valeria ajena a
los murmullos, a las miradas de los pasajeros del metro, siguió en su mundo del
tren; no podía quitar de su pensamiento la cara de su madre aquel día tirada en
el suelo, sin apenas poder respirar. No podía retirar de su mente ese momento
en el que bajo un ataque de locura su mano se empotro en plena cara de su mama,
en esa que tan solo había conocido por los besos que le daba. Valeria no podía
respirar, tan solo recordaba el terror de su madre tumbada en el suelo, los
gritos de su padre, las batas blancas, las carreras, las sirenas en la calle.
Valeria no podía soportar esas imágenes y su locura, su fuga, su carrera a la
nada. Valeria no quería vivir en ese momento, necesitaba que el tren parara,
quería bajar y arrancar de su cabeza la cara de su madre tumbada en el suelo
junto con un charco de sangre.
VALERIA Y EL
TREN -CAP. III- LA PESADILLA DE VALERIA
Como cada día
desde hacía ya unos cuantos meses, Valeria desahogaba sus penas entre
hortalizas, pescados y poco mas que le dejaban para trabajar en “El Santander”.
Era tratada como una auténtica privilegiada entre los fogones del premiado
Nacho del Lago. Cocinero español que había hecho su fortuna y labrado su
prestigio de entre los paladares de los habitantes y visitantes de esa inmensa
ciudad llamada Londres. Valeria no trataba con nadie, tan solo cortaba, picaba,
limpiaba, fregaba desde primera hora de la tarde hasta la llegada de la noche.
Cada día era igual al otro; entraba, se dirigía al vestuario, se ponía su
uniforme y tomaba los instrumentos de la cocina. Sin palabras, sin gestos, sin
abrazos ni saludos; sin nada más que ella y la vida, sus circunstancias donde
solo le quedaban penas y los recuerdos de las alegrías.
Tania la
encargada de sala y jefa de personal, la mimaba; era la mismísima mano de su
padre. Tanía era una mujer joven pero con una gran formación profesional. Las cocinas y comedores eran lo suyo. Persona
recta pero envestida con una gran sonrisa. Amable con los clientes, de buen
trato con los empleados, pero también disciplinada, recta y rigurosa en su
trabajo. Con Valeria todo era una excepción, Nacho el chef lo sabía y no hacia
objeción alguna dado el gran valor que aportaba Tania a su negocio y en cuanto
a los empleados, tanto de cocina como de sala, ninguno tampoco lo hacía. Todos
sabían de la relación de Tania con la familia de Valeria y nunca se atreverían a
hacer la más mínima protesta. Lo mas seguro es que si lo hicieran sus carnes
terminarían en las colas desagradecidas del desempleo británico. Todos lo
aceptaban y tampoco les era una molestia contar con una bonita chica en la
cocina a la que parecía que la vida había abandonado, que le habían robado el
amor, la alegría y hasta las mismísimas ganar de respirar. Valeria de ser una
chica feliz, cariñosa y risueña había pasado a ser todo lo contrario: callada,
seria, arisca y con una mirada puesta exclusivamente en sus pensamientos, o tal
vez mejor dicho en su pesadilla.
Tras llegar a la
estación más próxima al Soho donde se hallaba “El Santander”, Valeria salió de
entre las tripas de la ciudad con su carita blanca enrojecida, sus ojos
brillantes e irritados. Esas lágrimas en el metro la habían trastornado tanto
que difícilmente podría llegar al restaurante en ese estado. Valeria se paró en
mitad de la calle y respiro bajo la lluvia, mojando su suave pelo y dejando
caer el agua por su cara. No se encontraba con fuerzas para entrar a trabajar y
como aún le faltaba unos tres cuartos de hora para empezar, decidió entrar en
una tetaría típica de la zona e intentar relajarse un poco tomando un té.
Así lo hizo, se
pidió el típico té negro inglés y unas pastas, le dolía el estómago; no había
tomado nada desde por la mañana en el aeropuerto de la ciudad donde nación
Valeria. Se encontraba desconcertada y con mal cuerpo. A Valeria no le
importaba que su cuerpo se hallara mal cuando su alma era un infierno de
heridas sangrantes y su corazón solo latía para llevar su poca sangre al resto
de su cuerpo. Sentada ante el vapor de ese té y mirando por el cristal a la
calle; Valeria de nuevo empezó a llorar y a recordar su pesadilla. Aquel
fatídico día de Septiembre acababa de empezar su segundo curso de la
diplomatura en Derecho. Valeria estaba feliz con sus estudios, sus amistades y
la complicidad de sus padres que la amaban por encima de lo infinito. Valeria
miraba su taza de té y solo podía ver los ojos de su mamá, parecía como si tan
solo pudiera crear una imagen, como si no existiera mas forma humana que la de
su madre. Pero Valeria no recordaba a su madre en los momentos de felicidad,
Valeria solo era capaz de visualizar esa cara tendida en el frio suelo de su
casa, junto al primer escalón que subía a los dormitorios. Allí tumbada, con la
mirada fija en la pared y la sangre a su alrededor. No podía ver más allá y de
nuevo las lágrimas brotaban lejos de sus ojos; las lágrimas emanaban de lo más
profundo de sus entrañas.
Aquel día cuando
ya eran más de la nueve de la noche, Valeria regresaba a casa hambrienta con
ganas de cenar y también de besar a sus papis que la esperaban cada noche fuese
la hora que fuese a la que llegara. Cuando abrió la puerta de su casa sintió un
ambiente enrarecido, no sonaba el televisor como siempre, tan solo se
encontraban las luces del techo encendidas, ninguna más. No había ruido, no la
llamaron como siempre; nadie salió a darle dos besos. El comedor parecía el
escenario de un crimen donde los únicos actores eran dos seres desconsolados,
perdidos en la alfombra de la tristeza, la decepción y la traición. Valeria era
de sentimientos simples, básicos pero nobles; al igual que vestía era. Valeria
era y es una camiseta blanca sin dibujos, sin colores; sin más significado que
tela para cubrir su cuerpo. De esos básicos sentimientos surgían las más nobles
emociones, sus alegrías; pero también sus tristezas.
Su padre se
encontraba sentado en el suelo apoyando su cabeza en uno de los sofás naranjas
y su madre sentada en una silla con la
mirada perdida en el oscuro balcón de esa maldita noche. La escena no podía ser
mas desoladora y ella sin tener conocimiento de nada de lo que pasaba no se
atrevió a articular palabra. Valeria cerro lentamente la puerta de la calle,
dejo su bolso sobre una silla, movió lentamente sus piernas y solo pudo
observar un objeto negro en el suelo. Era un pen drive y sin mas importancia se
agacho y lo cogió para dejarlo sobre la mesa. Valeria no decía nada y solo oía
los lloros de su padre y las lágrimas silenciosas de su mamá. En el momento que
dejo ese objeto en la mesa, su padre se levantó ciego de ira y gritando le dijo que lo viera,
que descubriera las fotos que había visto por casualidad. Valeria no sabía de
que le hablaba pero tampoco se atrevió a decirle nada, ni tan siquiera
abrazarlo y tratar de tranquilizarlo.
Valeria no tenía
idea de lo que podía contener ese pen drive pero no le dio importancia. Su
padre acercó su portátil y le insistió a que lo viera. Valeria no quería, no se
sentía con fuerzas para ver algo que al parecer era la causa de ese desastre
que estaba sucediendo, para enterarse del motivo por el que las dos personas
que más quería en el mundo se encontraban cada una en una esquina del comedor
sin poder mirarse y con la cara llena de lágrimas. En ese momento su madre se
levantó y le quito el dispositivo de las manos, se acercó a ella y la abrazó
sin mas palabras que el perdón. Su mamá le pedía perdón entre sollozos y
suplicas. Valeria ante tan situación, ante la confusión solo pudo levantar la
voz y gritando suplicar que alguien le explicará lo que estaba pasando, que le
dijeran que hechos tan terroríficos contenía ese objeto como para que sus papas
se encontraran al borde del abismo.
Su madre no
pedía más que perdón sin dar explicaciones, sin informarle de nada. Fue ese
momento en el que su padre la cogió de la mano y le dijo mirándola con unos
ojos bañados en sangre: -aquí están las fotos de tu madre con su amante en ese
viaje a Ibiza que hizo para visitar a una amiga, aquí está tu madre con otro
hombre que no es tu padre. Aquí está tu madre que no solo nos ha traicionado,
sino que guarda esa traición de recuero-. Valeria echo a temblar, eran cosas
que no le cabían en la cabeza, era una historia que no podía entender, era algo
imposible, no podía ser; tenía que ser mentira. Hacía unas semanas que su madre
había visitado a una amiga en Ibiza que se encontraba mal, eso es lo que dijo;
es más eso es lo que a ella le
contó cada día que estuvo en la Isla. Su
madre le había mentido y no lo negaba, es más su madre lloraba y pedía perdón,
pero no decía que fuese mentira como ella esperaba, su madre tan solo pedía
perdón.
Valeria quedo en
shock, no podía mirar a ninguno de los dos, ella se sentía traicionada. No pensaba
ni en la traición de su madre a su padre ni del hecho en sí; tan solo podía
pensar en esas mentiras, los engaños de su mamá a ella; se preguntaba ¿cómo
podía ser?, y aún en ese instante junto a la taza del té en pleno centro de
Londres, se lo seguía preguntando sin hallar más respuesta que el sonido de su
yanto, cada vez más sonoro sin que las pastas llegaran a dar el más mínimo
consuelo, ni a su ánimo ni a su estómago dolorido por la falta de comida en su
cuerpo.
Después de haber
apartado a su padre de su lado, quedando inmóvil en mitad del comedor, su madre
se acercó repitiendo una y otra vez que la perdonará, se echó sobre ella con
los brazos abiertos de par en par precisando un poco de cariño, no solo de su
hija sino de sí misma porque no existe más traición que la que nos hacemos a
nosotros mismos, de aquella de la que no hay perdón posible y menos aún
salida.
Su madre la
rodeó con sus brazos, agarro ese pequeño cuerpo que era Valeria y la estrujo
contra si misma, para impedir que su vida se le escapase, como si su hija fuese
lo único que le quedará; como si su propia miseria pudiera limpiarse con las
camisetas blancas de Valeria. Ésta cuando se vio atrapada por el cuerpo de su
madre, sin posibilidad de salida y sin ganas de consolar a aquella persona que
había destrozado cada uno de los pilares de su existencia. Intentando salir de
allí, se revolvió con tal fuerza que empujo a su madre de un golpe en la cara
de tal violencia que la desplazó perdiendo ésta el equilibrio y cayendo por el
golpe en el suelo con la mala fortuna de que su cabeza dio contra el primer
escalón de la escalera que subía al piso de arriba.
La caída fue brusca
y de un impacto seco y duro, de la cabeza contra el suelo. De pronto el terror
se adueñó de su cara y su madre en el suelo rodeada por un charco de sangre que
emanaba de su sien. Su padre perdió la cordura, pero mantuvo una tranquilidad
pasmosa y Valeria quedó inmóvil. Su madre se encontraba tirada en el suelo, con
los ojos abiertos en blanco y la sangre brotando de su cerebro.
Su padre llamó a
urgencias, pero Valeria aterrada, sin mas opción que la huida, cogió su bolso y
desapareció. Valeria no recordaba bien lo que hizo durante los dos días en los
que estuvo desaparecida, en los que nadie supo donde se encontraba. Su padre no
solo tuvo que cargar con la traición, con su madre, con la policía; sino
también con la desaparición de su amada hija Valeria.
Ya no podía
llorar más, esa pesadilla la perseguía y jamás podría hacerla desaparecer,
tendría que llevarla de condena por haber casi matado a su madre, por asesina;
por tan inmenso crimen.
El té estaba
frio y ya era la hora de ir a trabajar. Se levantó y salió de la teteria rumbo
al restaurante que se encontraba una calle mas arriba. Aceleró el paso porque no le gustaba llegar
tarde a ninguna parte ni en esas circunstancias, por las que seguro sería perdonada por Tania. No era su gusto y
por eso avivó la marcha hasta llegar a la puerta de entrada del personal del
“El Santander”. Nada más entrar se encontró con Tania, le cogió del brazo y
como ya se encontraba todo el personal en el restaurante se la llevó directa al
vestuario de mujeres. Tania se aseguró de que no había nadie y con cara de
tener una gran noticia que dar, con cara de alegría cogió de los hombros a Valeria,
la miró a los ojos y le dio esa noticia: -Valeria, me ha llamado tu padre y el
quiere que te diga que se encuentra feliz porque tu madre en la mañana de hoy
salió del coma-.
Valeria suspiró,
aparto a Tania, le cambio el color del rostro, de pronto un chorro de sangre
llenó su cabeza, apenas podía respirar, su bolso cayó al suelo, se quitó el
anorak empapado en agua y con tan solo su camiseta blanca, sin mas ropas sobre
ella, se dio la vuelta ante la mirada perpleja de Tania y se dirigió a la
puerta y tras el pasillo de entrada salió a la calle. Valeria miró al cielo,
respiró fuerte; lleno de aire sus pulmones y de agua su cara como si de una
ducha se tratara. Se quedó inmóvil, a su cabeza llegaron todas las imágenes
desde aquella noche; su huida, su marcha a Londres, la detención de su padre
por la policía y la imagen de su madre tumbada en el suelo, el charco de sangre
y los ojos abiertos en blanco. Valeria miraba al cielo y no sabía si lo que
sentía era decepción o alegría.
VALERIA Y EL
TREN -CAP. IV- LAS ESENCIAS DE VALERIA
Te hacen reír,
sonríes; te aman, amas; te invitan a comer, comes, y así en un largo etcétera
componen esa orquesta que se llama Valeria y sus básicos como le gustaba
calificarse. No era una mujer de complementos, ni su cuerpo ni su alma se lo
permitía. Como decía; la ropa no es más que una excusa para cubrir el cuerpo,
para sacar esa vergüenza con la que se nos educan. Parece que el cuerpo sea un
espacio de desprecio, un lugar sucio del que avergonzarse, y Valeria no lo
entendía, jamás fue educada en ese sentido, desde niña la educaron a no sentir
vergüenza por nada más que por los malos sentimientos, por el egoísmo, la
envidia, la soberbia y no por todo aquello que alimentara su alma y
embelleciera su cuerpo como parte de ese espacio entre su corazón y la vida. La
mama de Valeria por el contrario si era muy dada a seguir modas y tendencias, a
estar a la última y aunque no de forma obsesiva si le gustaba llenar su espacio
de colores, de sensaciones diversas. Valeria era escueta, austera; a veces
llegaba a ser espartana en su vida y especialmente en sus sentimientos. La
blancura no se la podían arrebatar de su rostro; un espejo dulce pero sencillo.
Toda esa personalidad constituía su esencia, la de una veinteañera que aunque
como todos, era diferente. Se le veía distinta y actuaba al margen de todo
aquello que se podía considerar propio de una chica de su edad.
Su esencia mueve
sus actos, sus reacciones; su forma de ser y de responder a los sucesos.
Aquella noche de Septiembre cuando su madre quedo tendida en el suelo junto a
un charco de sangre, Valeria subió a su habitación al instante, no se puso a
llorar, no gritó; tan solo centro sus ojos brillantes, los abrió y entro en su
cuarto para meter lo esencial en su mochila y sus ahorros; todos, porque no
sabía que podría pasar y no era capaz de hacer planes, de organizar su mente;
tan solo quería salir de su casa y no volver a pesar de que ya era tarde, que aunque principios de Otoño la noche ya se
había apoderado de la ciudad. A penas 10 minutos tardó, durante los cuales
llegaron las urgencias, policía; toda la casa estaba envuelta en la histeria.
Su padre en una esquina del salón, blanco, sentado en el suelo sin saber que
hacer ni decir. No se fijó en Valeria ni ella dijo adiós. Nadie miró a Valeria,
total no era más que una chica con una camiseta y vaqueros que con su mochila,
con todas sus pertenencias materiales salía de casa. Nadie la miro ni ella miro.
Bajo a la calle y su parada, después de andar durante más de media hora fue la
estación de trenes.
Valeria había
salido del restaurante, Tanía la había mandado a casa para que hablara con su
padre, para que regresara dado que su madre había salido del coma. Sin embargo
Valeria, salió del Santander arrastrando los pies, no sabía dónde dejar sus
penas, en que lugar vaciar las lágrimas que ansiaban descender de sus ojos.
Valeria paseo por el Soho, tomo el metro y sin saber porque llegó a Notting
Hiil, a su casa, aunque no tenía
intención de entrar, no le apetecía tener que contar a ninguna de sus
compañeras porque llegaba tan pronto y menos a April que conocía parte de su
historia y aunque era una muchacha de pocas emociones como buena danesa, no le
apetecía y sin pensarlo de pronto se hallaba sentada en la terraza exterior del
Portobello Gold, pub que solía visitar en días de pañuelos y de dolor de ojos.
Allí sentada
tras pedir una pinta de cerveza rubia, se encendió un cigarro. Había dejado de
fumar, pero la vida le exigía demasiado y era una gran excusa para volver a un
hábito que detestaba pero que en aquellos momentos le ayudaba a destruir aún
más su denostada existencia. A sorbos porque como su madre no sabía beber de
golpe, siguió recordando aquel día de Septiembre cuando llego a la estación de
trenes. A esa hora no había viajeros, tan solo transeúntes perdidos tras alguna
barra de un bar, algunas parejas vaciando sus bocas uno al otro, mendigos y
prostitutas. Valeria al igual que carecía de vergüenza también de miedo, no le
importaba lo que le pudiera pasar, no sabía dónde ir. Tampoco le importaba si
le robaban, lo único que tenía de valor era ella, ni sus cosas le importaban ni
los dos mil y pico de euros que tendría ya que no se paró a coger dinero, tomo
todos sus ahorros y su cartera. No le importaba siguió andando y se sentó
dentro de un tren que se hallaba con las
puertas abiertas, de esos que se quedan para descansar en las estaciones
durante la noche. Entró sin mirar si contaba con compañía, se acurrucó en uno
de los asientos dejando su mochila en los pies y su bolso en un costado
haciendo como una especie de almohada.
Valeria paso
toda la noche allí sentada, sin parpadear; dejando caer sus lágrimas pero sin
llorar, sin pensar en nada, ni en nadie; ni en ella misma. Valeria estaba
cómoda en el tren, se sintió protegida y nada más las primeras notas de
claridad, se levantó, tomo sus cosas y salió del tren. Se aseó en el baño sucio
de la estacion pero no desayunó nada, ni bebió nada. Como un autómata se
dirigió a las taquillas que acababan de abrir y sin saber muy bien donde ir,
miró el panel y el único tren que se alejaba un poco de su mundo era uno con
destino a Barcelona. Tampoco era otro mundo porque la había visitado muchas
veces, pero le pareció un lugar bueno a donde huir, a donde escapara de si
misma y de las personas que la habían construido; que la habían fabricado en
cuerpo y habían creado ese alma tan amarga, esa que había dejado tirada a su
madre en el suelo junto a un charco de sangre. Valeria no soportaba ese
pensamiento y se puso a hiperrespirar mareándose y obligándole a sentarse en el
suelo sobre su mochila el tiempo suficiente para volver a controlar su
conciencia, esa que no la dejaba en paz, la que la condenaba por su huida y aunque
perdía la guerra, se revelaba contra ella.
Una vez superado
el incidente, Valeria se dirigió al andén y tomo el tren a Barcelona. Le
separaban apenas tres horas que paso restregando sus lágrimas junto a la
ventanilla del tren y las vistas a un mar que en ese día se mostraba más
violento de lo habitual. No habló con nadie hasta que la megafonía avisó que la
próxima estación era la de Barcelona-Sant. El tren llegaba hasta la estación de
Francia pero prefirió bajar, ya no soportaba mas estar ahí y fue justo en ese
momento de salir de su asiento cuando tuvo que articular unas palabras con el
señor que ocupaba el asiento de al lado para que le dejara salir. Se levantó,
se colgó la mochila y pidió por favor espacio para salir. El viajero la miró,
apartó sus pies y le dijo que le deseaba lo mejor. Ella lo agradeció porque era
consciente de que la había visto llorar frente a la ventana y al menos la había
respetado sin dirigirle hasta ese momento la palabra. Era la primera persona
con la que había hablado, puesto que en la compra del billete del tren tan solo
había articulado el nombre de la ciudad, Barcelona; sin más que eso y pagar.
Valeria se
encendió un cigarro y lo aspiro con fuerza junto con un trago de cerveza,
pequeño como lo hacía su madre a la que tanto se parecía. Había pasado una hora
y en Londres como no era de extrañar se puso a llover. Sentada en la terraza
siguió pensando mojándose con la fina lluvia y sin hacer ningún movimiento por
resguardarse.
Salió de la
estación de Sant y empezó a andar, no paro un momento, su mente no le permitía
centrarse en otra cosa que no fuera el camino, cruzar calles, esperar en
semáforos y poco más. A pesar de que llevaba horas sin dormir el cansancio aún
no había hecho acto de presencia y su pretensión no era otra que la de andar
hasta caer rendida, hasta romper sus Adidas o hasta que la vida pusiera freno a
esa locura. Ando y ando, hasta llegar a las inmediaciones de la Plaza de
Urquinaona, no por ningún motivo sino por el simple hecho de que allí le habían
llevado sus pies. Tal vez tenía explicación, entre esa plaza y la de Catalunya
había una cafetería Starbucks donde recordaba haber estado junto con sus
padres. A ambos les gustaba ese tipo de establecimiento, esos grandes cafés de
mezclas, las grandes tazas de té. Tal vez en la vida los caminos son parte de
los recuerdos, es posible que nuestra existencia se mueva en círculos
concéntricos desde una parte a ninguna parte. Es posible que todo sea una
espiral y alguna vez tendría que regresar, pero no sería por ahora, no podía imaginar
la situación en la que había quedado su
familia, su casa; su vida rota de arriba abajo, no solo por ella sino por la
traición de su madre y la estúpida actitud de su padre. No podía pensar en un
regreso cuando se encontró mirando en el cristal de esa cafetería, viendo como
tantas veces ella había estado, jóvenes con grandes vasos de café y su
ordenador portátil, sus teléfonos; sus cosas y su vida y de repente se acordó
del teléfono que lo llevaba en el bolso. Lo sacó, lo miró; estaba apagado y no le apetecía nada encenderlo, es más era de
imaginar lo que ocurriría. Llamadas y llamadas de su padre, amigas y demás
rogándole les dijera su paradero, pero lo que realmente la protegía era la
ausencia, eso que llaman el paradero desconocido, el no ser mas que un recuerdo
sin ser visto, no tener presente en las personas que quería. Una amarga
experiencia para olvidar, en ese mundo en el que sus valores habían sido
traicionados y vendidos al mejor postor. No soportaba la infidelidad, ni la más
mínima debilidad en algo tan básico para ella como era lo contrario, la lealtad
y la fidelidad.
Ni café, ni te;
ni una de esas magdalenas tan deliciosas que le encantaban. No entro por no
hablar, por no tener que soportar una sonrisa y siguió su camino hacia la Plaza
de Catalunya donde se encontraba otro de sus paraísos gastronómicos: El Hard
Rock Café. Ese lugar donde tantas risas había compartido con su madre y su
padre, también con amigas en viajes y excursiones. Pasó por la puerta, ese
ambiente internacional y cosmopolita le encantaba. Se paró un momento, recibió
olores y sabores. Su paladar empezó a mojarse de saliva pero continuo su
marcha, no miró ni un momento hacia atrás, ni tan siquiera bebió agua, nada
desde su salida de su casa había pasado por su boca, salvo el sabor de la
amargura, de la tristeza y la desesperación.
Bebiendo las
ultimas gotas de cerveza, Valeria recordó la sed y el hambre sin ganas de comer
de aquel día. El dolor de pies y la sangre en su corazón herido. Recordó el
sabor a sal de su mejilla, la humedad de sus ojos y el rencor en su alma.
Valeria recordó aquellos momentos sin rumbo, sin destino. Por primera vez
andaba sin saber donde iba pero si porque lo hacía. Valeria en ese pub ingles
volvió a saborear el plato mas cruel de la gastronomía, el de la hiel, el del
sin sabor; el de la acidez de la desesperanza y el furor del camino, del
horizonte sin destino. De esa forma por el centro del Paseo de las Ramblas
caminó y caminó, sin mirar a los cientos de turistas que la rodeaban. Era como
una ambigua realidad, le iban fallando las fuerzas, se estaba quedando sin
ánimo pero continuó hasta que llego a la estatua de Colón, entro por el
Maremagnum al puerto de Barcelona y siguió andando hacia su izquierda como
bordeando el mar, como si ese fuese un camino iluminado donde no podía
perderse.
Bajo la lluvia y
un segundo cigarro, Valeria recordaba aquel día con temor, de ese que se
vanagloriaba no tener pero que le infundió su recuerdo. Andaba sin sentir los
pies, sin saber muy bien si la mochila la llevaba a ella o ella a su mochila.
Siguió andando y llegó a la playa de la Barceloneta junto al hotel W el cual
también le traía grandes recuerdos, muchos momentos junto a sus únicas
personas, su padre y su madre porque el resto del mundo para ella era la gente,
sin embargo sus padres eran personas, las únicas de su vida.
Recuerda como le
quemaba la boca la falta de agua y como busco como loca un lugar donde poder
mojar su sequía. Encontró un kiosco y compro una botella grande de agua. Bebió
un sorbo, Valeria no sabía dar tragos de líquido, como su madre y la recordó,
entonces con la botella de agua y ahora bebiendo esa cerveza en el pub de
Notting Hill, el Gold. Bebió a sorbos hasta que llegó a la mitad de la botella,
la guardo como algo muy suyo, con sus manecitas rodeando la botella, como si
fuese lo único que poseía entre su vida y el destino; se acercó a la playa, se
oía el mar y estaba anocheciendo. Había pasado todo el día andando, pero dando
vueltas porque no era lógico que desde Sant hasta la playa tardara todo un día.
No tenía concepción del tiempo, como tampoco lo tenía de su realidad y entonces
presa del cansancio, del abatimiento, de la falta de fuerzas por no comer;
porque a pesar de tener hambre no tenía ganas de comer; tan cansada estaba que
se tumbó en la arena de la playa de la Barceloneta, lugar que le daba confianza
por tantos momentos, era como estar en familia, de esos lugares que son como el
hogar por la confianza de los momentos de felicidad que había pasado en ese
maravilloso espacio, de esos lugares que te identifican y marcan de color tu
propio cuerpo, como un tatuaje de la existencia.
Mientras se
levantaba de la terraza del pub Valeria recordó que se quedó dormida, que no
supo muy bien que hora sería pero de repente alguien toco su cara, su hombro.
Valeria abrió sus cansados ojos y vio la cara de una mujer con gorro, era un
Mosso D’esquadra, la pocía de Catalunya. No habló tan solo se incorporó. Además
de esa mujer también había un hombre vestido igual, otro policía. Le pidieron
la documentación y la sacó de su bolso, la comprobaron y de repente como una
luz se hizo en los ojos de esa mujer tras hablar por su teléfono interno, como
si hubiera descubierto algo que andaba buscando; esa mujer policía se dirigió a
ella y llamándola por su nombre le informo que había una denuncia por su
desaparición, que aunque era mayor de edad al parecer su familia y amigos
estaban preocupados, que no podía hacer nada para impedir su huida. A
continuación quitándose la gorra de policía y cogiéndola de las muñecas le
dijo:
-Valeria, tu
madre está viva pero está en coma y también me han dicho en la llamada que te
informe, que tu padre está en la cárcel-
Valeria calló al
suelo y tan solo recordaba despertar en el cercano Hospital del Mar, en el Port
Olimpic de Barcelona; mientras que la de ahora tomo rumbo a su casa desde el
pub con la única intención de dormir.
VALERIA Y EL
TREN -CAP. V- LAS DISYUNTIVAS DE VALERIA.
Dos caminos se
abrían ante sus ojos, como aquel día en el Hospital del Mar en el Port Olimpic,
dos opciones; dormir, olvidarse de todo, ignorar la vida, o tomar un tren. En
esas fechas la vida de Valeria siempre estaba condicionada a un tren, ahora lo
era el Stansted Express en aquella habitación de hospital uno que le llevaría
por el camino del mar, con la luz de levante a la ciudad que la vio nacer a través
de caminos de hierro, de esos en los que sin saber porque, tienen un destino
marcado de antemano.
Valeria se
levantó del pub y ando bajo la lluvia londinense, no le importaba, nunca
entendió ese miedo al agua, a ese líquido que adoraba, ya fuese el mar o la
lluvia. Ese que su falta casi le arrebató la vida por las calles de Barcelona.
No podía decidir, si subir a su habitación para dormir o coger cuatro cosas y
volver de nuevo al Stansted Expres y tomar un vuelo tras conocer la noticia de
que su madre había salido del coma. En su cabeza rondaban todo tipo de
pensamientos, de dudas, de matices; esos que te hacen desesperar, porque a
pesar de no sentir entusiasmo por ver a su madre no dejaba de ser su amiga, su
eterna admiradora, su referencia femenina en su vida. Valeria era mujer de
pocas amistades, de exclusivas y excluyentes relaciones, su madre no solo era
su creadora, también su conciencia y confidente de secretos y decepciones. Pero
ahora la decepcionada era ella y la causante su madre, esa de la que tanto
dependía emocionalmente y que su traición, la había dejado sin referentes, sin
saber que era el bien y el mal y un torbellino de dudas que era incapaz de
digerir.
Valeria se puso
a dar vueltas sin sentido por las calles de Notting Hill, Portobello, subía y
bajaba, giraba; incluso se acercaba por
momentos a Hyde Park. Sin rumbo, como una orquesta sin dirección, Valeria
deambulaba sin sentido, con dos opciones: su casa y dormir o coger ese tren y
al aeropuerto para poder abrazar a su madre, mirarla a los ojos y decir que lo
sentía con medias palabras porque su herida aún era sangrante y no la había perdonado.
Jamás lo haría y como dicen no sería feliz sin perdón. Hay personas que dicen
eso de que perdonan pero no olvidan, queriendo decir que si bien no quieren el
mal, tampoco tendrán su bien. Su padre la había ensañado, que para poder respirar hay que perdonar y
olvidar, porque para ser perdonados había que perdonar. Una y otra vez giraban
esas palabras en la cabeza de Valeria sin saber que hacer, sin sentir nada más
que la lluvia sobre sus rubios cabellos. Valeria tenía una belleza natural, que
al recibir la lluvia la acercaban mas a un paraíso natural, a esos que en la
edad del internet se llama un mundo sin filtros. Valeria era una mujer sin
filtros, sin tapujos, sin medias verdades. Valeria era una fuente de agua
natural donde no cabían añadidos ni aditivos.
Recordó aquel
día en la cama del Hospital del Mar cuando despertó de su vacío, del llanto de
la nada, de la carencia de los sentidos. Aquel día en el que también se planteó
la necesaria decisión de volver a la ciudad que la vio nacer y aclarar lo
sucedido con su madre, con su maldita sangre, con sus sentimientos podridos
teñidos por la traición. El ingrato sabor amargo de lo inesperado, del amor
ocre; ese que llena de ácido las entrañas más nauseabundas del abandono.
Valeira y sus trenes: por el mar o al aeropuerto. Las mismas dudas. Allí
tendida en la cama con la mirada fija en el Puerto; los barcos, las cafeterías
y ella sin saber que hacer por fin se atrevió a buscar en su bolso su teléfono
apagado desde su salida aquella noche de otoño maldita donde Septiembre se
vistió de infierno.
Le temblaban las
manos, le habían dicho que estaría hospitalizada un día más, hasta que consiguieran
hidratarla bien, por ello de su brazo izquierdo colgaba el tubo del gotero que
le estaba proporcionando la hidratación necesaria para seguir su camino, un
parche nada más, como esos que cubren las carreteras y que a veces te orientan
sobre que carril tomar, no como ocurre con las vías del tren; caminos de hierro
que se construyen antes de viajar, es como si fijaran ruta sin posibilidad de elección, sin poder
cambiar de rumbo o tal vez, echarse atrás. El tren te lleva al destino sin
opción, sin dar al viajero la capacidad de elección una vez marcado el destino.
El tren no te permite cambiar de opinión, tan solo decides antes de iniciar la
ruta, luego tan solo queda llegar. Para Valeria todas sus rutas eran de hierro
y debía decidir. Aquel día en la cama de hospital, encendió el teléfono con
indecisión, sin querer mirar la cantidad de llamadas y mensajes que tendría. No
habría de su padre, estaba en la cárcel, se lo había dicho la mujer policía,
tal vez pensaban que había intentado matar a su madre cuando había sido ella la
que le empujó, sin querer matarla, tan solo hacerle daño; hacerle sentir algo
de ese dolor que sentía, que supiera la herida que le había causado a su hija,
esa que decía que era su vida, el amor de su existencia y a las primeras de
cambio había abandonado por querer sentir otras experiencias, porque su cuerpo
supiera lo que era el cuerpo de un hombre que no era el de su padre. Manchar su
vida con la semilla envenenada del deseo podrido, de ese que lo único que hace
es contaminar y calmar la sed con tristeza. Valeria miraba el teléfono, se
estaba conectando y de repente, un pitido, otro y otro. Decenas de mensajes y
de llamadas perdidas; tanto como lo estaba ella tumbada sobre las sábanas
blancas de ese hospital con vistas al mar.
Entre las
llamadas y mensajes destacaba la de las de Elizabeth o Isabel de antes, porque
Valeria en sus pensamientos se había empeñado hacerlo en Ingles para mantenerse
mas al margen de su anterior vida, de ese mundo al que jamás quería volver.
Elisabeth como la llamaba por las calles de Notting Hill, era la socia de su
padre cuya insistencia era conocida cuando no se le contestaba a una llamada.
Habrían mas de cincuenta llamadas de ésta y multitud de mensajes. Todos eran
insistiendo en que regresara, que dijera donde estaba, que su padre estaba en
la cárcel acusado de tentativa de homicidio dentro de un proceso de violencia contra
la mujer, que su padre estaba siendo acusado de machista, de ser el malo de esa
historia cuando tan solo existía la causante y la autora; su madre y ella. Su
padre era la víctima y ella estaba consintiendo que fuese mal tratado en los
medios de comunicación donde había saltado la noticia en grandes titulares
causando estupor en el gremio de la justicia. Mensajes que incluso le
informaban del Juzgado que trataba el tema, el procedimiento; esas diligencias
que le acusaban; como si Elizabeth le invitara o mas bien le retara a que sin
necesidad de hablar con nadie sino quería, compareciera y contara la verdad,
que terminara con ese calvario de daño, que pusiera fil al mal que se había
apoderado de su horizonte aquella noche del mes de Septiembre, en el que su
mundo se subió a un tren sin salida.
Miró el teléfono
con lágrimas en los ojos, jadeando mientras pasaba de uno a otro mensaje, donde
el denominador común era el mismo; el regreso, la confesión, poner fin a esa
prisión de su papa, que si bien no era su peor castigo tampoco lo mejoraba.
Imaginaba al pobre libre entre las verjas de la prisión, pero preso en su
tristeza, en el desamor; en la pérdida de esa mujer por la que había apostado
su vida, por la que le mereció vivir cada dia sin dudas, sin ningún tipo de
barreras. Era él para ella en cada amanecer hasta el anochecer. No conocía a nadie que amara tanto y de forma
tan desinteresada como ese hombre a esa mujer, no podría resistirlo, no viviría
muy lejos de esa cárcel de la penuria, de la pérdida de su amor. Su padre no
estaba preparado para vivir sin su madre, sin su mano, sin sus caricias; sin la
ternura del beso de cada día antes de salir a trabajar. Su padre no sería una
persona, tal vez una sombra sin marcas, difusa entre la vida y la muerte.
Valeria era un
cántaro de lágrimas, como la lluvia de ese otro día, el de Londres paseando por
sus calles sin querer subir a casa donde la decisión estaría tomada.
Andando entre
charcos se sobrecogió cuando recordó ese impulso que de repente le llevo a arrancarse
el gotero del brazo, a ver como un chorro de sangre salto en el lugar donde
antes se cubría por esa aguja que regaba la sequedad de su vida. Sin pensarlo
se quitó el pijama quedando desnuda en la habitación a la vista de la compañera
de cuarto y su acompañante, se puso sus vaqueros, su camiseta, las Adidas; tomo
la mochila ante los ojos estupefactos de éstos y salió por la puerta de la
habitación del hospital sin mirar atrás, con lo puesto, su vida sin sombrero,
pero sobre los rieles de un tren que le llevaría a la ciudad que la vio nacer.
Después de unas
tres horas sobre ese camino de hierro del que no pudo salir desde que lo tomo
en la Estación de Sants, llegó al punto de partida, eran aproximadamente la una
de la tarde, todavía le quedaba tiempo para ir al juzgado. Tomo un taxi en la
puerta y le indico que la llevará a éstos. Sin decírselo a nadie, con los datos
que le había proporcionado Elizabeth no tuvo ni que preguntar pues era un
edificio que conocía bien por las veces que había acompañado a su padre que
disfrutaba llevándola a juicios y ponerse todo interesante cuando le daban la
palabra delante de su trozo de vida que era Valeria, esa misma muchacha que
tomando aire, con dignidad, fortaleza y valentía se acercó al mostrador del
Juzgado y dijo: -ya estoy aquí, soy Valeria, la hija de ese gran hombre que
tienen en la cárcel, vengo a contar la verdad, el porqué mi mama está en coma,
vengo a declarar que yo soy la culpable, que yo empuje a mi madre porque quería
matarla sin querer verla muerta. Que yo Valeria soy la única responsable de su
coma, de que su vida penda de un hilo. Yo soy Valeria, la que tiene que ir a
prisión y vengo hoy aquí a salvar a mi padre que injustamente ha sido tratado.
Un padre que jamás se atrevería a poner la mano encima de su madre, de ninguna
mujer; ese hombre que sería capaz de perdonar su propia muerte a la mujer que
ama, un hombre que ya ha perdonado lo que ella jamás haría. Vengo a declarar
que mi vida se ha roto, que el mundo es un lugar donde no quiero vivir, que no
estoy dispuesta a consentir esta injusticia y que si es preciso yo misma lo
sacaré- Momentos en los que Valeria ni articulaba palabra, tan solo gritaba
ante los funcionarios que atónitos la miraban gritar, encanarse en la
injusticia y morir de dolor sobre esas dos piernas tan débiles que apenas la
sostenían en pie.
Del fondo, tras
el mostrador apareció una mujer, la hizo callar en varias ocasiones bajo la
excusa de ser la juez como si eso fuese a parar a Valeria, como si le importará
una mierda como ella decía en esa época de malas palabras, como si a la juez se
la quisiera follar un caballo. Le daba lo mismo el cargo de aquella señora,
ella esta allí para rescatar a su padre, a salvarlo de la vida de los hombres
aunque condenado por el amor, por ese dolor que no se cura con aspirinas, tan
solo con las lágrimas y los suspiros por los besos perdidos en el aire de la
tristeza.
Esa señora le
invitó a entrar y ordenó a un funcionario a que le tomara declaración. Lo hizo
durante prácticamente dos horas, tras la cual su señoría con palabras que ella
bien conocía como buena estudiante de Derecho, le informó que en esa misma
tarde su padre quedaría en libertad sin fianza con obligación de firmar cada
quince días en el juzgado. Que ella quedaba en idéntica situación sin necesidad
de comparecencias. Tras lo cual, firmó la declaración y sin mas comentario
salió, se colgó su mochila y tomó un taxi en la puerta de los juzgados, no para
ir a esperar a su padre, ni para coger un tren a Barcelona; sino rumbo al
aeropuerto.
Cada vez llovía
más en Londres y Valeria entró en su casa, subió a su cuarto, tan solo se oía a
April gemir con su novio, puso cara de desprecio, ella no hacía el amor,
maltrataba ese sentimiento como lo había hecho su madre. Sería eso que la gente
llamaba follar, lo de tener relación sin amor. Le dio tanto asco, que en lugar
de dormir, cargó su mochila y Valeria de nuevo empujada por las emociones salió
de la casa sin decírselo a nadie, tomo el metro y en Tottemhan un tren; en esta
ocasión el Stansted Express, pero rumbo también a un aeropuerto donde un avión
la llevaría de nuevo a la ciudad que la vio nacer.
VALERIA Y EL
TREN -CAP. VI- VALERIA UN VIAJE DE IDA Y VUELTA.
Dicen que la
vida es un viaje de ida y vuelta, Valeria a pesar de su corta edad no sabía muy
bien si su vida se hallaba en la ida o en la vuelta. Tras la noticia del
amanecer de su madre, Valeria sin pensar, empujada por sus instintos y dominada
por las emociones se puso en marcha de nuevo, en Tottenhan esperaba el tan
familiar Stansted Express que la trasladaría al aeropuerto con ese mismo nombre
y allí esperar a tomar el primer vuelo posible hacia la ciudad que le vio
nacer. Como siempre no miró horarios ni disponibilidades, Valeria con su poco
equipaje, esa mochila con lo básico tomo marcha hacia el aeropuerto sin planes,
sino simplemente en busca de satisfacer
los impulsos de su corazón.
Una vez en el
expreso, Valeria coloco su mejilla junto a la ventanilla helada de la que caían
sin parar gotas de lluvia. No recordaba un día de Sol desde que aterrizó en
Londres hacía ya unos cuantos meses, siempre ese lagrimar del cielo como
buscando un cobijo donde dejar tanta tristeza en una ciudad que antes tanto le
apasionó y que ahora no era mas que el lugar de su destierro, allí donde nadie
la podía encontrar y si lo hacía nunca sería bien venido. Ese clima era el compañero ideal para su
estado de penumbra, de una mala nostalgia porque no era de recordar, era mas de
reproche por su vida, por no tener esa que tanto había soñado, o mejor dicho;
esa vida de amor que tanto le habían contado durante la infancia y que
realmente había vivido. Recordaba como en aquella época de felicidad también se
apresuraba a rechazar cualquier pensamiento de miedo, de ese que no te deja
disfrutar pero que es la advertencia natural de que algún día esa vida de
perfección podía acabar. En esa preocupación entraba su padre cuando lo
comentaban durante la comida familiar de los domingos junto al balcón y los
sofás naranjas. Su padre le decía que no se podía vivir con miedo, que el miedo
era el mayor enemigo del amor y ella por supuesto lo creía, y siempre que le
llegaba el temor a su cabeza pensaba en su papa, ese que sufrió unos días de
cárcel por su culpa y con el que apenas había vuelto a hablar desde su llegada
a Londres.
Con el tren en
marcha y el paisaje gris de esa ciudad y su decadente silueta de una economía
industrial en plena decadencia, Valeria en esta vuelta recordó su ida, aquel
día en el que tras declarar en el Juzgado la verdad y conseguir por si sola la libertad
de su padre, de esa forma como de repente sería su vida en la mas absoluta
soledad personal y de palabra, ese día que sin pensar de nuevo tomó un taxi en
la puerta de los Juzgados y en lugar de un tren se le ocurrió ir al aeropuerto y así se lo indicó
al taxista. No sabía donde ir, ni que avión tomar pero si sabía que tenía que
alejarse, no era una huida era tan solo la necesidad de no estar, de no tener
presencia. Mirando por el cristal y sin que sirviera de precedente a Valeria se
le escapó una sonrisa filosófica, de esas que se conjugan con inteligencia, con
el pensamiento menos racional como decía
su mamá que se hallaba postrada en la habitación de un hospital en estado de
coma. Era filosófica porque le recordaba uno de los típicos debates de domingo
entre ella y su papá, esa diferencia importante entre el verbo ser y el verbo
estar. Recordaba como su padre
reprochaba la excesiva dimensión que se le había dado al verbo ser que en su
opinión dejaba menos en el alma que el estar, porque este último significaba
presencia, una realidad material frente al ser que en muchas ocasiones no era
mas que el titulo de una canción de verano. Lo importante es estar presente
donde quieras que estés, que se note tu existencia cariño mío, que se sienta tu
vida cerca de la piel a pesar de que la distancia no acerque mas que
kilómetros. Así pensaba su padre y ella por llevarle la contra debatía con él
frente al desespero de su mamá que los tachaba de filósofos irracionales,
conversadores de barra de bar, y se reían, se reían mucho, de esa risa que es
fruto de la complicidad y del amor que permanentemente se regalaban los tres,
en ese mundo de fantasía que la vio crecer.
No recordaba si
también le invadía ese pensamiento cuando iba subida en el taxi camino del
aeropuerto de la ciudad que la vio nacer, pero por la razón que fuera mientras
circulaba el coche por el boulevard rumbo al aeródromo ese taxi paso, no sabe
si bien de camino o por una razón inexplicable, por la mismísimo margen de esa ciudad sanitaria,
ese macro hospital donde en una de sus habitaciones se encontraría su mamá en
estado de coma. Se quedó mirando a ese conjunto de edificios blancos con
grandes letras que anunciaban su nombre, orgulloso de ser un referente
sanitario en aquellos tiempos de crisis de identidad nacional, y de repente,
sin pensarlo dos veces ordeno al taxista que hiciera un cambio de sentido
cuando pudiera ya que se encontraba al otro lado del boulevard y la llevará al
centro sanitario. El taxista con no muy buen gusto pues se perdía una buena
carrera hasta el aeropuerto, como si lo hiciera de mala gana bajo la velocidad
y realizo esas operaciones indicadas lentamente, lo suficiente para hacer
temblar a Valeria, para planear su entrada en ese lugar. La mente de Valeria en
peligro, en situaciones de riesgo era una calculadora de análisis instantáneo
con más megas de ram que cualquier computador con la silueta de una manzana. Lo
planeo todo y ya con ese plan preconcebido llego a su puerta tras un buen rato
gracias a la parsimonia del conductor del taxi.
Valeria se
centró en la raya del horizonte mirando por la ventana del tren regresando a
ella su habitual gesto serio que lucía en esos tiempos. Centrada en esa línea
imaginaria recordó que tras bajar del taxi tuvo que flanquear alguna que otra
dificultad. En primer término no tenía idea de cual era el lugar donde se
hallaba su mama y en segundo lugar tampoco contaba con la seguridad de que no
hubiera nadie conocido, lo que hundiría todos sus planes. Valeria descartó la
presencia de su padre que en otro momento hubiera estado sin moverse de ese
lugar, sin pestañear, sin comer, sin beber; posiblemente sin vivir mirando a su
amor, esa mujer de ojitos achinados, de cabellos rubio ceniza tan propios de su
país de origen; esa personita pequeña y menuda que tanto le había dado y que en
un día maldito le había robado no solo la libertad sino la propia vida. En
realidad estaba en juego la vida, pero no la de su padre sino la de su madre y
solo deseaba verla respirar, al menos se llevaría esa imagen a los nuevos
destinos que la esperaban tras un vuelo y tal vez un tren, el de su vida, el
que le haría perder la juventud y en lugar de madurar, envejecer. Curiosamente
esta era otra de las conversaciones irracionales que mantenía con su padre, la
de la madurez. Para su padre madurar no era mas que un pase vip hacía la
muerte, hacia la podredumbre. El ejemplo típico era el del plátano, y decía,
maduro, negro y podrido. Su padre era de manzanas y de manzanas duras, verdes,
recién cogidas del árbol sin huellas por el paso del tiempo. La madurez era un
cuento inventado para que la sociedad cambiara los caprichos del consumo, para
fijar etapas en la vida de las personas y así proponer diversos modos de vida
acordes con las mismas y evidentemente diferentes deseos de consumo.
Como ocurría
habitualmente, Valeria pasaba de un tema a otro sin centrarse en uno concreto,
sin concentración sino dispersando su mente y sus pensamientos conforme le
llegaban las emociones.
Dejó el taxi y
se dispuso a entrar en ese complejo hospitalario, miró carteles, pregunto en
varias ocasiones y le indicaron que lo hiciera en un punto de información donde
le dirían donde se encontraba su madre y el numero de la habitación. Así lo
hizo, se dirigió a un mostrador y tras decir el nombre de su mama, no sin dejar
rastros de lágrimas que descendía por sus mofletillos, por esa carita virgen a
los avatares de la vida, a la maldad a la pérdida; consiguió articular su
nombre y la persona que la atendió al ver donde se hallaba comprendió bien esa
pena, esa emoción y tristeza que invadían a Valeria, que como siempre, a pesar
de las circunstancia agradeció la información y siguió las instrucciones que le
dio esa mujer para llegar al lugar donde se encontraba su mama. La enfermera o
lo que fuera, le dijo que no estaba en planta sino en una de las UCI del
complejo, es decir en una Unidad de Cuidados Intensivos y que solo se le podía
ver en determinados horarios, justo en apenas diez minutos y que se diera prisa
para poder entrar. Valeria cogió un ascensor, recorrió varios pasillos, cambio
varias veces de edificio y al final por fin llego a un área llamada UCI
Neurológica.
Se apreciaba que
era hora de visitas porque ya había gente a la espera. Valeria se quedó al
margen de todas esas personas, se colocó estratégicamente en un pasillo lateral
junto a un letrero que decía acceso restringido, pensando que a la vista del
mismo nadie se acercaría y ella en caso de que algún conocido se acercara
podría desaparecer a la carrera, sin dejar rastro, sin permitir que nadie la
viera.
Según la
información que le dieron apenas cinco minutos y abrirían las puertas y allí
podría ver a su mama. El cuerpo le iba a estallar de lo que le temblaba todo,
sin olvidar que hacía escasas horas que ella también se encontraba en un
hospital, que la noche anterior la había pasado en la cama de una de las
habitaciones del Hospital del Mar de Barcelona, parecía que había sido otro día
y sin embargo unas cuantas horas nada más desde entonces, y tantas cosas habían
pasado. El tren, el Juzgado, el taxi ahora el hospital y sobre todo su madre. De
pronto todos los familiares que esperaban se acercaron a un señor que circulaba
con bata blanca y que se presentaba cómo
doctor de intensivos e informaba tras nombrar al enfermo del estado del paciente
que se hallaba en la UCI tras dar una serie de directrices del comportamiento
dentro de esa unidad médica. Valeria no se acercó, escucho los consejos desde
lo lejos, no quería arriesgarse a que llegara alguien de repente y tuviera que
dar explicaciones. Valeria no quería hablar con nadie, solo quería ser
presencia sin necesidad de ser nadie, tan solo estar en silencio y sin
palabras. El doctor se le acercó y le pregunto si venia de visita, Valeria
apenas pudo articular palabra pero movió la cabeza de arriba abajo. Le pregunto
el nombre de la enferma y Valeria inmersa en una especie de espasmos, entre
suspiros y sollozos consiguió que se le entendiera el apellido de su madre
porque el nombre no pudo llegar a los odios del médico. Este tras averiguar quien
era, cambió de expresión la miró a los ojos encharcados de lágrimas, le
pregunto si era su hija y Valeria lo afirmó.
El médico tras tomar varias veces aire y hacer un intento de coger su
mano, que Valeria retiró bruscamente, le dijo que a pesar de que estuviera en
coma era positivo que le hablara, que la acariciara para despertar sus
sentidos, para hacer sentir la presencia
de nuevo de su hija. Valeria de nuevo afirmó con la cabeza y su rostro llenó de
lágrimas, mientras el doctor le daba una palmadita leve en su hombro
retirándose ante el estado emocional de Valeria y su necesario espacio para la
intimidad.
La puerta de la
Unidad de Intensivos se abrió y todos entraron poco a poco sin hacer ruido,
parecía mas que un momento de visita la
procesión del silencio. Sin ruidos, sin saludos, sin nada más que el caminar
hacia la cama de su familiar. Valeria cogida de sus propias manos, se acercó a
la cama donde una enfermera le indicó
amablemente que se encontraba su madre. El rostro de ella no era más que un
baño de lágrimas silenciosas cuando vio aquella cara redondita con los ojos
cerrados, el pelo recogido y todo lleno de cables, monitores y sus manecitas
apoyadas cada una a un extremo de la cama. Valeria desfallecía, necesitó
apoyarse en esa cama, sobre su mamá para evitar la caída, para no hundirse de
repente ante todos y perder esos escasos minutos que estaría con la persona que
mas quería en esta vida. Era su madre, pero también su amiga, su confidente, su
compañera de cada día; su madre lo había sido todo pero ahora no podía evitar
el reproche, la traición, el abandono mas profundo en el que se encontraba
ella.
Valeria tomo
aire para intentar hacer una de las indicaciones del médico. Acercó su mano a
la mano muerta de su madre pero con calor, la temperatura de siempre, sus
dedos, sus callosidades; la de la vida, las del trabajo para ella, para Valeria
porque toda su familia, toda estaba dedicada a Valeria y sin embargo allí se
encontraba ante su madre en coma y su padre saliendo de la cárcel. Ese mundo le
era desconocido, no sabía vivirlo y las lágrimas sus dueñas y señoras. Como
pudo acarició su mano derecha, poco a poco se fue echando hacia ella hasta
rozar su mejilla, esos mofletes que como ella dominaban su rostro. Se fue
acercando hasta alcanzarla con sus secos labios y desprender un beso en su
rostro, en el de su madre. De repente, entre un espasmo y otro, de entre sus
sollozos Valeria reconoció una voz que se aproximaba. Se retiró de golpe de esa
cama, se alejó escondiéndose entre un biombo que separaba a un enfermo de otro
y se adentró en el de otro que no tenía visita. En silencio escucho los pasos
de varias personas que les acompañaba ese mismo doctor. Reconoció la voz de
inmediato cuando estaba ya al borde de la cama, era la de su abuela paterna
junto con otras personas y ese médico que le informaba que su hija, es decir su
nieta, se encontraba en la sala. Su abuela sin respetar el silencio empezó a
llamarla por su nombre entre gritos y desespero. Su abuelita con su hijo en la
cárcel, su nuera en coma y su nieta huida.
Valeria sabía
que era de las personas que más estarían sufriendo, pero ésta sacando fuerza de flaqueza, como un
huracán salió de entre ese biombo, ni miró empujo al doctor, tal vez también a
su abuela y salió corriendo por la puerta, de nuevo sin mirar atrás, con lo
justo, con ella y sus pocas pertenencias, lo necesario para tapar su cuerpo
desnudo y poder respirar de su marginalidad. Así lo recordaba en el tren con
destino al aeropuerto, sin huidas; como un paso adelante para seguir en su
mundo, aunque fuese sin palabras, sin pensamientos ni penas, tan solo seguir en
esa vida inventada pero no soñada. Valeria lloraba en el tren recordando su
carrera por las escaleras, su abuela gritando su nombre y varias enfermeras
tras ella. Valeria no podía dejarse atrapar, Valeria debía seguir su ritmo pero
cada vez le parecía que iba mas lenta aunque no conseguían atraparla. En el
tren llegó a desesperar, a saltar nerviosa de su asiento y ser objeto de
miradas de otros pasajeros. Valeria alcanzó la puerta, corrió por la calle,
paro un taxi y le indicó que saliera rápido que la llevará al aeropuerto con su mochila, pero sin destino.
VALERIA Y EL
TREN -CAP.VII- VALERIA SIN VIDA
En algunos
momentos Valeria sentía como si la acariciaran, como si una multitud de manos
se deslizaran por su piel, por cada uno de los rincones de su cuerpo,
sugestionando sus instintos, erizando su escaso vello. También veía luces y
escuchaba voces que llegaban desde lo lejos, como ese eco que se esconde tras
una puerta, ese que llama al miedo y te pone en alerta frente a un ataque.
Eran multitud de
sensaciones, incluso un tenue saber metálico en su boca que le llamaba la
atención ante una posible hemorragia, seguido de un dulzor exagerado como ese
que se siente con los edulcorantes artificiales, de una pesadez muy superior al
azúcar. Escuchaba voces, le acariciaban, la cogían de sus manos, la
zarandeaban, la elevaban sin hacer fuerza ni mostrar resistencia; como si se
tratara de un cuerpo sin peso que se despegaba de la tierra y volaba, que se
tumbaba en las almohadas de las nubes junto al cabezal de su cama. Valeria
intentaba moverse sin éxito, sin ser capaz de articular palabra, sin poder
pedir ayuda o simplemente comunicarse porque no sentía miedo ni a ese sabor
metálico en su boca, ni el dulzor; no era miedo, era impotencia, ansiedad y
necesidad de cambiar de postura, de dar la vuelta a su cuerpo cansado de
sujetar su vida. Pero volaba de la tierra a las nubes y el peso de la vida se
esfumaba, perdía la vida, esa maltratada por su existencia traicionada, por la
torpeza de sus maestros cuando ella no era más que una aprendiz de la vida
regalada, porque Valeria nunca pidió nada, ni exigió, ni reclamó; agradecida
por lo que tenía, al igual que llegó en su día ahora sentía que se le escapaba
por la comisura de sus labios pegados, como si quisiera sellar su boca sin
abrir los ojos para ver la elevación de su cuerpo, entre caricias, sonidos
lejanos y ese sabor metálico que la invadía.
Valeria
recordaba como a veces cuando dormía y tenía un sueño fuerte pero poco profundo
le ocurría lo mismo, tal vez estaba dormida, no recordaba haberse metido en la
cama. Esa sensación de querer escapar, de huir ante un peligro producto de la
imaginación, pero el estado en sí de sueño te lo impide y solo fruto de esa
desesperación permite despertar y con ello la vuelta a la realidad. Ese era su
estado, el de inmovilización absoluta, pero objeto de posesión por otras
personas. Las caricias seguían, los roces, los sonidos lejanos y el sabor dulce
a metal. Valeria hizo un esfuerzo en su imaginación y empezó a recordar el
Stansted Express, su llegada al aeropuerto, la compra del billete de avión, el
paso por el control de facturación, la frontera, la zona de embarque. Valeria
recordaba la noticia que le dio Tania, su jefa en El Santander donde trabajaba,
recordaba que su madre había salido del coma cerebral, recordaba esa pinta bajo
la lluvia y su decisión de tomar el tren y volar al país que la vio nacer.
Valeria recordaba casi al milímetro cada momento. Cuando tomo el metro, su
llegada a Notting Hill, el pub; cuando entro en su casa a coger su mochila y
llenarla con cuatro camisetas básicas, cuatro pares de tangas y un par de
sujetadores que a veces ni llevaba, la vida como le habían enseñado no estaba
para sujetar al cuerpo sino para exhibirlo, para disfrutarlo y enseñar sus
desniveles sin falsos pudores. Valeria se mostraba en las redes sociales, vivía
al estilo gran hermano constantemente, sin censuras posibles. Una gran Instagramer,
Blogger, YouTouber. Las redes eran su vida y su vida en las redes. Tan solo
unas camisetas y unos vaqueros, lo demás sobraba. Lo de la ropa interior más
que para adecentar lo usaba por higiene cuando se acordaba sin darle mas
importancia. Sin florituras ni encajes de bolillo, como decía: algodón cien por
cien y su piel, el único envoltorio de su alma y de su permanencia en la vida
sin la cual, tan solo sería una organización de órganos y fluidos con poco
sentido. Valeria aborrecía la hipocresía y esos elogios falsos de quienes para
no decir a alguien que es feo le dicen que es guapo por dentro, que lo
importante es el fondo y no la superficie, que el alma es lo que vale y poco el
cuerpo. Hipócritas de salón de cafetería barata. Sin el cuerpo no hay vida y
sin embargo lo bueno está en el fondo. Que si no fuera porque era guapa en su
superficie nadie se interesaría por ella, o por nadie, tan solo dirían que es
lo que importa, eso de la belleza interior que salvo que se poseyeran una
máquina de rayos equis en los ojos, no sabía bien como podían encontrar tanta
belleza florecer en sus entrañas o en su corazón, víscera de considerable
tamaño, lleno de venas, arterias, sonrosado y mas bien feo en el fondo y hermoso
en las formas, esas que rechazan para darle más valor, aquel que no es suyo
sino de otras funciones de la vida que van más allá de impulsar sangre por el
cuerpo, de dar vida a la propia vida.
Valeria se
hallaba confusa, se perdía en los pensamientos sin poder concentrarse en donde
estaba y porque no se movía.
Recordó que
llegó al aeropuerto y que apenas tuvo tiempo para ir al Starbucks y tomarse un
te porque encontró pasaje en un vuelo inminente de Ryanair a la ciudad que la
vio nacer. Tomo acelerada el te, tiró el vaso a la papelera y embarcó.
Recordaba que al entrar al avión tuvo que pedir permiso para sentarse puesto
que el sitio de acompañante estaba ocupado en el pasillo y ella se sentó en el
de la ventanilla. No sabía si era así la historia, porque no tenía asiento
reservado y hacía calor, como si el aire acondicionado no funcionase y sin
embargo la gente entraba en ese avión amarillo, ese que era como una
continuación del Stansted Express.
Ahora que se
estaba esforzando su mente regresó de nuevo a la casa, cuando entró a recoger
su mochila, meter su ropa; se encontró a April
en el sofá de la entrada en una posición poco adecuada para sus ojos, no
era muy dada a contemplar escenas de sexo, aunque era frecuente que su amiga
tuviese compañías masculinas. Nunca participaba en sus citas ni tampoco había
tenido ocasión de ir más allá de oir los gemidos y placeres sobre actuados en
la habitación contigua. Aquella tarde como April no pensaba que Valeria
regresara a la casa, su acompañante de turno y ella estaba en el salón común de
la planta superior, manteniendo relaciones en ese sofá donde ella se perdía en
la nostalgia de la falta de amor y sin embargo, aquellos que lo único que
tenían era cuerpo, se encontraban practicando amor en su sitio destinado a
ello. No le agradó ver a ese chico de color con sus dotes bien desarrolladas, intentando introducirse en el cuerpo
anaranjado de su amiga, abierta de piernas y con el deseo húmedo de ser
penetrada y sentir esos tres cuartos de kilogramo de carne crecer entre sus
piernas y al menos por instante sentir que su vida está llena de algo que no
sean fantasías. Valeria prefería llenarse de silencio que de compañía y al ver
tal panorama, dio marcha a su tarea de llenar su mochila y sin más que un adiós
despedirse de April que en ese instante de la salida no tenía boca para nada
más que esa especie de zanahoria de marfil que engullía entre sus dientes y su
ansia de perderse en un gemido que mas tarde y como siempre le ocurría se
convertiría, en llantos de soledad.
De nuevo sentía
que sus pensamientos se dispersaban, como le decía su padre; que perseguía las
moscas sin conocer su identidad, sin saber cual y por eso se distraía con
todas. Incluso en esa situación en la que no podía moverse su pensamiento era
disperso y no lograba llegar al motivo del porque no podía moverse. Tal vez
estaba durmiendo pero recordaba cómo se puso el cinturón de seguridad, como el
avión empezó a circular por la pista central de despegue tras las operaciones
de aproximación en la pista. Recordaba al avión tomar carrerilla, esa con la
que cogen velocidad para poder alzarse sin caer, como le ocurría a ella dejando
la vida en la tierra y elevándose por encima de las cejas de las miradas mas
furtivas de la vieja Inglaterra.
Ahora le venía a
su mente como de repente un ruido ensordecedor llegó justo del motor del avión que tenía a su
derecha. Vio desde su ventanilla como una gran explosión, el fuego entre la
hélice y el humo posterior. Recordaba los gritos de personas, los de su
acompañante que sujeto a los brazos de su asiento apenas le dejó moverse para
salir corriendo por el pasillo y si era posible saltar de ese pájaro de acero
envuelto en llamas, como si la velocidad lo encendiera mucho mas, como si el
combustible se encontrara en la caída. Gritos, objeto cayendo de los estantes,
niños envueltos en pánico con la muerte en sus rostros y ella allí sin mas que
su mirada en la ventanilla viendo como el avión caía de forma inversa y
proporcional a su subida y como el suelo se acercaba para darle la bienvenida.
Valeria había dejado su vida en la tierra y no podía volar, no sabía lanzarse
al cielo sin posibilidad de caída y por esa razón convencida y sin temor, en
silencio y sin miedo sujeta a su asiento, no gritaba ni lloraba tan solo veía
por su ventanilla acercarse al suelo y recibir de nuevo la vida que había
dejado sin resguardo de devolución.
Un sonido seco y
la nada, ni oscuro ni claro una especie de color marrón brillante se encontró
frente a su mirada. Ojos abiertos y nada, tan solo luz tenue pero fija, segura,
sin parpadeos, sin más que una invitación a seguirla, a aproximarse a su origen
y sin la mano de nadie. Valeria se encontraba más sola que nunca en ese
trayecto desde ella a la nada de la falta de vida, a ese lugar que se espera
llegar pero en el que no hay ninguna garantía de poderse quedar. Valeria tras
la pérdida del miedo, la decepción familiar, la huida, el regreso; ahora se
encontraba sola ante el espejo de su vida, a su existencia reflejada en una
figura construida por el vaho de sus propias inspiraciones, del calor que huía
de su cuerpo para abandonarle al frío destino de esa luz que le invitaba a seguir,
a dar paso tras paso hasta alcanzar su origen; donde tal vez le esperara su
mamá tras el coma o tal vez la historia de su vida que no iba a vivir; esa que
había imaginado en su cuento de princesas y como Alicia en el país de las
Maravillas tal vez poder hacer de sus sueños una estancia donde terminar las
letras con un fin, una historia de suspense o mejor suspendida por la falta de
vida, esa que Valeria había dejado en el mundo dentro de su mochila.
Sintió como unas
convulsiones, como si el aire quisiera entrar en sus pulmones. Su lengua
humedecer sus labios, sentir un pequeño escozor entre sus piernas junto con una
línea cálida mojada por ese pis que se le escapaba en lugar de sus lágrimas que
no tenía. Valeria había perdido sus lloros y tan solo guardaba lágrimas de
recuero en pañuelos de papel en una papelera que nunca tiraría porque era
simplemente el archivo de su pequeña vida.
Valeria de nuevo
era acariciada pero esta vez de forma más brusca, sentía la fuerza sobre sus
brazos, las voces cercanas a su oído y ese sabor a metálico desapareciendo tras
haber podido guardar su lengua y humedecer los labios. Valeria dejo de ver la
luz, se sobre saltó, en lugar de la luz una cara, un hombre con gorra y que en
Inglés le gritaba una y otra vez que el
Stansted Express había llegado a final de trayecto, que despertara de su
infierno, que estaba en el aeropuerto de Stansted y que debía bajar. Valeria
consiguió moverse a duras penas, puso sus pies en el suelo y como no podía ser
de otra forma cayó. Tenía las articulaciones entumecidas cuando ese hombre con
gorra de nuevo se le acercó al suelo, gritándola si estaba bien y ella
respondía si con la cabeza mientras este y sin saber porque abrió sus ojos y
con una pequeña linterna proyecto su luz sobre los dos.
De nuevo la luz
en su mirada que le invitaba a seguir su camino, ese mismo que había tomado sin
vida.
VALERIA Y EL
TREN -CAP.VIII- VALERIA A LA INVERSA
El problema de
la vida es que no existe la felicidad, solo hay algunos momentos de alegría y
otros de tristeza, pero nadie consigue ser feliz. Valeriaa miraba fijamente por
la ventanilla del taxi que le conducía al aeropuerto de la ciudad que la vio
nacer. Era un paisaje conocido, ese que le decía que ella si había sido feliz
en esas calles de las que la había desterrado el desamor y la traición; la
falta de respeto, la infidelidad; el acto menos humano, el más cruel, ese que
para ella era de una gravedad superior a la propia muerte. Su vida había sido
un momento de felicidad porque su madre se la había arrebatado y su padre con
sus condescendencia había empujado a que todo se precipitara, a que ese mundo
en el que vivía se viniera abajo, como un fichero de dominó, acelerado por ese
impulso que hace caer la totalidad de las fichas sobre el frio suelo de la anti
belleza, eso que hay un paso más allá de la fealdad, el germen de lo sucio, lo
muerto sin tener vida; todo lo ocre con olor a mierda que se envuelve por esa
putrefacción toxica.
Todos esos años,
los de su propia vida había mamado principios tan diferentes; su mundo era el
de la amistad, la concordia, la dedicación, la ternura, la dulzura; semejante a
ese amor que se pega como un tarro de miel abierto en la bandeja del té. Un
mundo de rosa, de chicle de fresa, de cariño pegajoso, de ese que atrapa por la
flojera de su fortaleza. Lo había mamado y ahora sin nada más que ella misma,
su cuerpecito, sus manos cerradas en si misma; sus ojos repletos de lágrimas y
la vida por delante sin esperanza, sin ilusión y sin cabida en un mundo que
tenía todo en su contra.
Al llegar al
aeropuerto, Valeria se quedó pensativa; le era tan conocido, habían sido tantas
veces de viajes en familia, con amigos, que cada baldosa de ese lugar le eran
conocidas. A sus veinte pocos años había sido afortunada, pocos países de
Europa quedaban fuera de su visita y sin embargo ahora Valeria no sabía donde
ir. Tampoco le importaba mucho el lugar, tan solo quería desaparecer, salir de
ese aeropuerto, en su anonimato y sus recuerdos; sus risas, las voces que oía
de fondo y sobre todo esa luz, esa que le perseguía como si se moviera entre la
nada y el todo, como si desapareciera la existencia y apenas hubiera tiempo
para moverse. Una luz brillante que le invitaba a seguirla pero que no era
capaz de alcanzar. Que le susurraba al oído y le empujaba a un abismo
desconocido. Valeria restregó sus ojos, movió la cabeza y algo le saco de su estado de
ensimismamiento. Era su teléfono que no había desconectado y que era el único
elemento material que le unía a esa realidad maldita de la que no quería ni
pensar. Lo miró y en un acto reflejo borro la notificación, no quería saber
quien le mandaba el mensaje pero comprobó que se quedaba sin batería y eso si,
necesitaba ir cargada para poder manejarse en el país donde al final sería su
refugió frente a las persecuciones que claramente se le echaban encima. Tomaría
un té en el Starbucks y lo cargaría, pero primero su destino, ese lugar donde
tenía que volver a empezar y dejar todo su pasado para una historia que jamás
se llegaría a contar.
Valeria se situó
frente al panel electrónico de las departures y miró los vuelos de ese día, de
los que trataría de tomar alguno y sino esperaría allí sin moverse, sin vuelta
pero sin huida; porque ella no huía, ella se protegía de ese mundo que se había
vuelto en su contra, de esa nube toxica de los mezquino, de los intereses de
las personas sin principios ni humanidad. De su madre en coma cerebral y de su
padre en otro, en coma del corazón.
Frente a ese panel
leyó varios vuelos en los que había posibilidad de comprar un pasaje. Vuelos
que salían en unas tres horas, que era tiempo suficiente para pillar un billete
sin vender, de esos que llaman de última hora aunque para Valeria era la
primera, porque ella no iba sino volvía; mejor dicho, Valeria regresaba de sí
misma, para no quedarse donde estaba. Ese maldito dilema entre el ser y el
estar de nuevo pero que era como de un himno vital que le acompañaba siempre en
sus decisiones como la de ahora en la que debía elegir que vuelo tomar. Le
llamo la atención el vuelo a Copenhague, allí había estado como en el resto
pero lo guardaba con cierta ternura pues a esa ciudad fue a visitar a su amiga
April que había conocido en la Universidad en un programa Erasmus, como ese que
ella haría en el futuro pero que como todas sus esperanzas habían quedado
frustradas en el baúl del desengaño, como aquella calle de la serie de
televisión que fue compañía durante tantas veladas con los tres cara a ese aparato de fantasias, de
entretenimiento y ahora también de recuerdos. No iría a Copenhague porque April
no estaba y no se veía en esa ciudad por el momento. Un vuelo de la KLM a
Amsterdan Schipol, ciudad que también conocía y donde había pasado fantásticos
momentos junto a sus amigos de la infancia, esos dos o tres que restan tras el
paso del tiempo. Lo descartó aunque fue una de sus opciones primarias, podía
trabajar en el barrio rojo de prostituta, aunque su cuerpo siendo atractivo no
era de esos que llaman la atención y además, si ya le costaba ser sobada por un
tipo al que ama, tener que dejarse el sudor en cerdos libidinosos con ganas de
carne, le dio asco, pereza y fuera; a otro cosa. Olimpic a Atenas. Que bonito y
cuanto calor recordaba de esa ciudad junto con papa y mama y las islas griegas.
Demasiados recuerdos, pensó para descartar el viaje a la capital Helena. Un
vuelo le sobrecogió, Aeroflot con destino a Moscú, tuvo la tentación, los ojos
le brillaron, se echó mano a la mochila para agarrarla e ir al mostrador de esa
compañía. Hablaba algo de Ruso, se manejaba a la perfección y encontraría a
algún conocido de su madre. Sin embargo aunque le abrió los ojos lo descartó
porque era un país difícil, con reglas de visado y no lo tenía y además era
como entrar en la cuna materna de la que quería desaparecer. Paris-Orly, que bonito; romántico, estético,
brillante; pero demasiado sentimiento acumulado como para dar la vuelta a la
página de la existencia. No le apetecía tanto amor como para dejarse llevar por
él. Londres- Stansted; este le atrajo,
Londres siempre es una oportunidad, ella hablaba bastante bien el Ingles, allí
estaba ahora viviendo su amiga April y recordó que en un restaurante trabajaba
una amiga de su papa. Como opción le pareció acertadísima y le apetecía.
Londres era una ciudad lo suficientemente grande como para perderse hasta de si
misma y poder encontrar a alguna persona que la hiciera sonreir, aunque Valeria
se había propuesto hablar lo justo para sobrevivir, sin mas conversación que un
si o un no sin sentimientos ni pasión.
No llamó a
nadie, ni a April su amiga de Copenhage, lo haría tomándose un té frio en el Starbucks, donde se quedaría hasta
conseguir un pasaje. No le sería difícil, tal vez los vuelos a esa ciudad eran
los más frecuentes. Le gusto su decisión y se dirigió al mostrador de Ryanair,
esperaba tener suerte por una vez en esa etapa de su vida, donde todo eran
lágrimas y tristezas y tal vez encontrar a alguna persona que le hiciera feliz tras pelearse con el mundo.
Consiguió el pasaje,
tenía poco más de tres horas por delante y se dirigió al Starbucks donde pidió
un te frio verde de melocotón. Era el de su padre pero también el suyo y
evidentemente no podía quitarse el ADN para seguir adelante, si le perseguían
los apellidos, difícilmente podía desprenderse de los gustos. Se sentó puso su
Iphone a cargar y evidentemente se conectó de nuevo, sin querer vio como cien
mensajes que no abrió y eliminó. No quería saber nada ni que nada se
interpusiera en su objetivo que ahora era viajar a Londres sin que nadie lo
supiera, se pidió el té y una vez conectado el teléfono mensajeo a su amiga
April, la cual le contesto muy entusiasta y deseosa de verla diciéndole que no
buscara casa, que en la suya había una habitación libre en el distrito de
Notting y que de inmediato hablaría con la casera para que se lo quedara.
Valeria suspiró,
estaba algo más tranquila, tenía una casa donde poder estar, un techo; aunque
no le dijo a April que ya llegaba, que lo haría durante esa semana. Necesitaba
un par de días de absoluta soledad, por lo que buscaría un hotel pequeño por el
centro y de esa forma reflexionar, pensar y tomar decisiones que eran vitales,
porque eran de esas que cambian la vida.
Valeria no
dejaba de sentir como si la tocaran y esa luz no se iba del horizonte en el
momento en el que por una razón un otra cerraba los ojos. Un simple parpadeo y
esa luz, y las caricias y las voces, lejanas pero conocidas, los sonidos en un
silencio que no se abrumaba ni con los avisos de megafonía del aeropuerto de la
ciudad que la vio nacer.
Tras unas dos
horas y media de vuelo llegó a Londres y allí, recordando sus viajes anteriores
a esa ciudad, en ese mismo aeropuerto tomo el Stansted Expres que la llevaría a
la estación de Tottenhan. La lluvia en la ventanilla aporreaba el cristal y
Valeria ensimismada en sus pensamientos
veía pasar casas y fabricas vacías, destruidas en ruinas de la época de la
revolución industrial, esa que hizo grande al Imperio Británico y que ahora
apenas quedaban sus ladrillos, como ocurre con las personas que tras su
juventud, la piel es lo más visible por el propio deterioro. Valeria no dejaba de pensar y un ruido fuerte
la estremeció, no podía moverse, se encontraba atrapada entre amasijos de
hierros y seres que gemían a su alrededor. Había sangre y un fuerte olor a metal,
de esos que se meten por la frente y ocupan hasta el pensamiento.
No sentía ningún
dolor pero no podía levantarse, no lograba ponerse en pie y le faltaba la
respiración. Eso si, de nuevo le tocaban, veía cada vez mas cercana esa luz
entre paredes blancas, como si fuese lo único que se movía en la nada, como si
la nada fuera esa luz y unas voces lejanas que la empujaban hacia ninguna
parte. Era como una agonía de la que quería escapar, pero se concentraba junto
con ese maldito olor a metal, el humo, la carne quemada, la sangre. Valeria
quería correr pero no podía, no se le movía nada, estaba inmersa en un ataque
de pánico inmóvil y sin palabra, porque quería gritar mama, papa y no le salían
las palabras. No tenía voz ni podía moverse, quería volver con su mama,
perdonarla por todo, llorar junto a sus mejillas y acurrucarse en la cama
grande como hacía los domingos, en medio junto a ellos dos formando los tres
una simbiosis indestructible. Valeria quería volver, no quería irse, necesitaba
hacer retroceder al tiempo, darse la oportunidad a comprender lo que nunca tuvo
que pasar, pero no quería estar ahí, necesitaba los besos de su padre, la
sonrisa de su madre. Valeria no podía ni llorar, no le salían las lágrimas, no
tenía vida y sin embargo la luz le perseguía y las voces lejanas cada vez más
próximas a su cuello. Sentía dolor, el fluido de la sangre entre sus piernas,
el olor a orina; Valeria no sabía que pasaba cuando de repente un movimiento
brusco en su brazo derecho le hizo caer y abrir los ojos. Era un hombre con
gorra que le decía a gritos que bajara del tren que ya había llegado a Londres.
Como pudo se
incorporó, miro a su alrededor y desperezándose salió del tren, tomo el metro
en la estación de Totenhan destino a Oxford Street y zona de Trafalgar, así lo recordaba pero no
lo tenía muy claro. Miró su pequeña agenda de papel buscando un hotelito
próximo, o al menos así lo recordaba de cuando fue con sus papas. Bajo en Oxford Circus y se puso a andar con
Google Maps, y después de un buen rato andando, no recordaba que fuera tanto,
llegó al Nadler Soho Hotel, Carlisle St. No era barato, lo miro mientras
andaba, unos doscientos por noche pero tenía dinero y total serían tan solo dos
noches y quería darse el gusto de una habitación agradable en un bonito lugar
cerca también del restaurante donde trabajaba la amiga de su padre a la que
ella también conocía.
Llegó al hotel,
había habitación por fortuna, algo mas barata unos ciento cincuenta por noche
al cambio, dio su pasaporte, el recepcionista lo miró bien, le pareció que no
era mayor de edad o demasiado joven para estar en un hotel así, pero no tuvo
problema quiso pagar las dos noches o
garantizarlas con su tarjeta de crédito que dio y de repente, sin pensar un
grito salió de su garganta, un no enorme que ensordeció a todos los que se
hallaban en la recepción del hotel, un no de pánico, de terror o tal vez mejor
dicho de error. La tarjeta de crédito la habían pasado por el TPV; su situación
quedaba revelada, era la tarjeta que le habían dado sus padres, en nada sabría
su padre donde estaba, su desaparición tan solo había durado unas horas, desde
ese taxi en la ciudad que la vio nacer en la puerta del hospital donde su madre
vivía su coma hasta ese momento en el que el recepcionista había comunicado al
mundo que Valeria estaba en Londres. Y la luz de nuevo surgió persiguiéndola y
las voces, y las manos tocando sus brazos. De nuevo la luz en el horizonte del
vacío y la nada en la mente de Valeria.
VALERIA Y EL
TREN. -CAP. IX- VALERIA Y NADA MÁS.
Durante las primeras
horas en ese hotel de Londres, Valeria descanso, apenas salió de la habitación
como si temiera que la descubrieran en esa enorme metrópoli. No dormía, ni tan
siquiera soñaba; se encontraba en un estado de sopor donde los recuerdos se le
agolpaban en las puertas de su consciencia.
Con los ojos
cerrados tumbada en la cama paso la mayor parte de esos días antes de decidirse
a ir a vivir con su amiga April, esa alocada danesa, rubia de ojos casi
transparentes que le había hecho pasar mas de un momento de apuro durante su
estancia en la ciudad que la vio nacer. Valeria no era una chica muy lanzada en
lo relativo a las relaciones con los chicos, mas bien lo contrario. Romántica
por educación y tierna por convicción, Valeria vivía de su mundo e invitaba al
mundo a vivir de su fantasía. De la realidad inventada como le decía su papa a
la realidad impuesta. Ese tramo en el que no supo abrir puentes, en donde la
salida de una no suponía la entrada en otra, sino por el contrario la caída al
rio del destino sin remo donde guiarse.
April era la
típica nórdica que había superado las fronteras de la moralina de la Europa del
Sur. Una chica que vivía los momentos o los reducía a los instantes con su
mirada infantil y su cuerpo de hembra leonina con el que exprimía a los hombres
hasta lo más mínimo de su significante. Una mujer sin sorpresas pero de muchas
ganas de llevarse la vida por delante con su cuerpo bien formado, atlético,
cultivado en los gimnasios de Copenhague, sus pechos firmes y duros junto con
su culo fruto de las series de sentadillas, esculpido de tal forma que parecía
hecho a mano. Una joven atrevida, sexy, erótica; una hembra dispuesta a jugar a
ser la dueña de las pasiones masculinas y muy diferente a Valeria. Ésta una
mujer de poco sexo y mucho amor; como le decía en sus conversaciones con April,
el orgasmo con amor es la imagen de Dios, sin amor no es mas que hambre saciada
con carne, de eso que Valeria no comía y se negaba a introducir en su escueto
pero elegante cuerpo. Valeria estaba hecha del amor de una noche para la
eternidad, esa que por desgracia se había roto como la cadena de una bicicleta
que de repente deja de girar.
Entre visión y
visión, Valeria pensó e incluso se le desprendió alguna sonrisa, que con su
querida April habría mucho sexo en esa casa, aunque ella tan solo sería un
habitante que no molestaría en los avatares de su amiga porque lo menos que le
apetecía en esos momentos era conocer a nadie y menos tener que sobar pieles
babeantes de lujurias con hambre de saciar sus instintos mas carniceros.
Se le pasaron
las horas entre pensamientos y espacios en blanco. Entre ellos el sonido de los
mensajes de su Iphone. Lo miró y lo temido ocurrió, varios mensajes de su padre
que al parecer ya se encontraba fuera de prisión gracias a su declaración y
también de Tania, la amiga de su padre que trabajaba en Londres. Su padre tan
solo le suplicaba que se cuidara y que ahí tenía el teléfono de Tania, que le
daría trabajo, que le ayudaría a buscar casa; que la llamara y que su mama seguía en coma neurológico o
cerebral. Valeria no era persona de hacer sufrir y contesto de forma escueta a
su padre, le dijo un seco estoy bien y llamaré a Tania.
Entre un
pensamiento y otro siempre se intercalaban esas visiones en blanco, de la nada;
ese punto de luz que no lograba alcanzar y las voces, las caricias en sus
brazos y en su cabeza, como si una multitud la quisiera atrapar y ella corría
sin avanzar hacia ese punto de luz, hacia la esperanza de volver atrás, de
recuperar lo no vivido, de sentir de nuevo la vida, de olvidar los últimos
sucesos y continuar con su vida planeada y bien organizada, con su mundo de
color de rosa y los cabellos de princesa como siempre había imaginado y de tal
sueño no podía escapar sin perderse, sin caer en el fango de un rio repleto de
pirañas y de todo tipo de alimañas dispuestas a llevarse lo poco que quedaba de
Valeria.
De esa forma
Valeria iría a vivir en un par de días con April, sería testigo de sus idas y
venidas, de sus parejas y sus trios; de todo eso que le hacían feliz y ella en
su trabajo en el Santander en pleno Soho, pelando hortalizas y cortándolas a la
perfección tal y como le había enseñado su maestra Tania, esa mujer recta,
erguida y disciplinada de un corazón tan grande que no era capaz de mostrarlo
salvo una caricia intencionada en su sonrisa. Valeria ya la conocía y se encontró
protegida bajo los brazos de Tania, ese eslabón perdido de su padre en la
metrópoli donde sus huesos se dejaron caer tras el abismo de la locura de la
traición de su propia existencia.
La luz y los
recuerdos, esa forma en la que tenemos de revivir y como siempre decía las
cosas bonitas deberían poder vivirse al menos dos veces. Ella había vivido una
porque nunca pensó en que perdería esa vida que tenía y de repente se encontró
regresando en ese tren de su vida llamado Stansted Express rumbo al aeropuerto
donde dejo un poco de si misma el primer dia en el que decidió aterrizar en un
otoño que no solo tiró las hojas de los árboles sino su propio ser, ese en el
que se había situado sin saber vivir del aliento ajeno, del carril de las
vivencias y del sabor de las existencias. Valeria como mujer niña que se
trataba tal como si nunca hubieran crecido sus pechos y su cuerpo siguiera
siendo templo y no taberna. Valeria en ese avión en el que regresaba siguió
persiguiendo luces que le circulaban alrededor de su estrecho cuerpo de
adolescente crecida.
Valeria no sabía
dónde se encontraba la ida y la vuelta, no era capaz de diferenciar si volvía o
se marchaba, no tenía conciencia de hogar, de lugar de residencia; así mientras
miraba por la ventanilla del avión amarillo, no sabía si era un viaje de ida o
de vuelta, si su casa estaba allí o allá, o tal vez fuera ese aparato o mejor
dicho el tren. Su vida en los últimos meses era el Stansted Express. Ese lugar
en el que el olor a huida le cambio la forma de mirarse las manos, hasta
descubrir que era lo único que tenía, una encima de la otra sobre las orillas
de sus muslos tapados por unos vaqueros que jamás podría dejar de ponerse.
Dentro de sus
lágrimas donde nacía su alma, Valeria se encontraba feliz mientras sentía como
aterrizaba ese avión en el aeropuerto de la ciudad que la vio nacer; su mama
había salido del coma y según le habían dicho estaba fuera de peligro, su golpe
no fue mortal ni nunca quiso que fuese asi, tan solo un acto reflejo de querer
quitar del medio no a ella, sino lo que significaba, el amor, la ternura, la
maternidad; todo eso que había abandonado desde el momento de la traición, ese
en el que dejo de ser una persona excepcional para convertirse en vulgar, una
más; como dicen una cualquiera entre un montón de gente ordinaria.
Si había algo
que superaba a Valeria y su pequeño mundo era lo vulgar. Una chica escasa de
extras pero con mucha clase, eso que algunos le decían una mujer de estilo que
con tan solo básicos lucía mejor que cualquier otra con toda la moda por
bandera. Se encontraba feliz mientras veía como el avión hacía las maniobras de
aproximación a la terminal, esa que ignoraba si era un principio o tal vez otro
final.
El avión
amarillo totalmente parado y todo dispuesto al desembarco, de ella y de toda su
vida, porque ahí junto a su mochila Valeria llevaba lo mas preciado de su
existencia, consigo siempre viajaba un pequeño corazón capaz de acoger a todo
aquel que tan solo quisiera comprender el porqué de su vida, de aquello que le
habían hecho entender entre canciones de amor y caricias en un amanecer.
Valeria como
siempre salió de la terminal dispuesta a coger un taxi con la cabeza arriba y
la mirada al frente. Su dignidad llamaba la atención, cómo podía expresar tanto
un cuerpo y el semblante de un ser tocado especialmente por algún ángel que en
lugar del cielo prefirió quedarse con ella en la tierra de infiernos y locuras.
Valeria era todo carácter, una mujer sin muchos deseos pero digna de ser lo que
era, algo que sin esa dignidad le hubiera sido muy difícil mantener durante sus
escasos años de vida. Valeria era el amor andando por los pasillos de un
aeropuerto, era esa canción que todos hemos querido alguna vez componer.
Si el amor tenía
nombre se llamaba Valeria, si la sensualidad tenía mujer, era Valeria; si la
dulzura tenía color era el de Valeria, si la ternura era una caricia, estaba en
los dedos de Valeria. Saliendo del aeropuerto tomo el taxi en dirección al hospital,
la autovía y el boulevard. Esa era su ruta hacia su origen, hacia la mujer que
en su lecho la había llevado durante su gestación y esa que junto a su padre
eran los fabricantes en exclusiva de Valeria, la mujer que al llamarse amor fue
un amanecer que jamás llegó.
El taxi, la
autovía y el boulevard hasta la puerta del complejo hospitalario en el que
entró conociendo el camino y siguiendo esa luz. Valeria podía llegar con los
ojos cerrados, no porque recordara especialmente ese día en el que entró para
despedirse de ese cuerpo que tan solo respiraba y que se llamaba mama. No era
esa su orientación sino esa luz blanca, esa que le perseguía en todos sus
viajes en el tren, esa que junto con las voces y las manos le atrapaban cada
vez que el Stansted se ponía en marcha en una o en otra dirección.
Las manos la
llevaban en volandas, incluso tuvo que tomar carrerilla de la forma que la
empujaban persiguiendo esa luz y los sonidos de voces cada vez mas conocidas se
acercaban a su cara, era prácticamente parte de sus mejillas. Un pasillo, otro;
un ascensor y un giro y la habitación donde al verla tuvo que cerrar los ojos
porque esa luz ya no giraba, ya no corría delante de ella llegó al lugar donde
los ojos de su madre se encontraban incorporados en una cama de hospital con
cables, monitores y ruidicitos de esos feos que salían en las series de la
Fox. La luz no le dejaba mirar a la cara
de esa rubita tumbada sobre la cama y sonriente como siempre hasta cuando lloraba.
Era la ternura de un ser que le dio su ángel y al otro lado; ese lado ni lo nombró, ese hombre que tumbado
en la cama era la misma imagen del perdón y del fracaso. De esos hombres que por darlo todo se quedan sin nada, porque
no saben administrar sus sentimientos y son fruto de las emociones sin las
barreras arquitectónicas de la inteligencia.
Valeria se
acercó y quedo prendida en el marco de la puerta de la habitación, no podía
entrar, las manos no le dejaban y las voces escupían sus palabras tan cerca que
incluso trataba de alejarse. Las llegó a ver, estaban cerca, no podía moverse.
Valeria se quedó mirando porque ahí estaba toda su vida y sin saber porque, de
nuevo se quedó sin amanecer.
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