En
estos días estoy sufriendo en mis propias carnes, en lo mas profundo de mi ser,
lo fácil que es pasar de la nota más alta de felicidad a la tristeza mas
desesperante.
Encontré
la alegría y aposté por ella, lo di todo, me jugué un cambio radical en mi
vida; dejarlo todo y empezar de cero con esa alegría, que transmitía, que
regalaba a quién se me acercaba. Aposté tan fuerte que no tuve suficiente con
lo que tenía en el día a día; y era mucho, lo aseguro. La distancia, la falta
de tacto fueron mellando en mi y sobre todo la necesidad de llegar cada vez más
lejos.
Ambicioso
o avaricia, no lo se; no me conformé y todo se vino abajo, de la alegría a la
pesadumbre. A esa tristeza que como decían es la madre del duelo porque yo no
voy de negro, pero si he perdido la sonrisa.
No
sospechaba lo fina que era la línea entre el amor y el odio y la traspase, y
cada vez que lo hacía me iba corroyendo más y más por dentro, tal vez la
reacción, pero me siento podrido, ajeno a lo que soy; no me reconozco, y cuando
esto pasa, no sabes quién eres, ni a donde vas ni de donde vienes.
La
tristeza es tan profunda, tan ingrata, tan sangrante, que mis ojos ya no pueden
más lagrimas soltar, que mi cuerpo empieza a consumirse y a quedarse en la
piel, ajeno a la vida, fuera todo de control con el corazón a punto de reventar.
No se cuanto durara, ni lo que aguantará, ni como quedaré; lo único cierto es
que yo en su día me prometí a mi mismo no volver a pasar de nuevo por esta
situación de desconsuelo, de perdida de la esperanza, de estar ajeno a todo lo
exterior. Sin palabras para nadie o cuando surgen siempre feas y mal dichas.
Yo
tengo tal tristeza que me esta dejando sin vida, y no hago nada por evitarlo,
es como si no tuviera más camino que dejarme sin ella para poder despejarla de
mi vida.
No
me apetece escribir más, no tengo ni ganas de esto. No tengo mas que ganas de cerrar
los ojos de nuevo y volver a encontrarme con mi Alma.